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Comentario de la liturgia

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domingo 21 de mayo

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por Alejandra de la Riva

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Hola, soy Alejandra, nacida en Bolivia, y radico en España desde hace 11 años. Soy médico del deporte de profesión, y apasionada por la espiritualidad del Corazón de Jesús. Ahora me encuentro haciendo el Noviciado (primera etapa de formación en vida religiosa) en Chicago, Estados Unidos; es una experiencia de mucha hondura tanto a nivel espiritual como personal. También es un tiempo donde hacemos experiencia de la internacionalidad-interculturalidad que es parte de nuestro carisma (ahora mismo somos 4 novicias de 3 países distintos) y recibimos formación que nos ayuda a cultivar nuestra vida interior y aprender a vivir de un modo más holístico e integrado

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Evangelio: San Mateo 18, 16-20

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Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron. 
 
  Jesús se acercó y les habló: 
   —Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Por tanto, id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo. 

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A raíz de la lectura del Evangelio de hoy, recordé una de mis clases de Espiritualidad Bíblica donde la profesora explicó la distinción entre ser seguidor o discípulo en el Evangelio, y que cada uno implica un modo distinto de responder y de creer en Jesús. De hecho, en la escritura se utilizan dos palabras distintas en griego para referirse a cada uno. El seguidor (‘akolouthein’, que literalmente significa ‘seguir a alguien’) es alguien que siente curiosidad por una persona y le sigue para ‘verificar’ algo que desea (por ejemplo, ver signos) o por lo que se siente ‘atraído’: “Respondiendo Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista” (Mc 10,51), pero no hay ningún tipo de compromiso entre ellos. En cambio, el discípulo (‘mathẽtẽs’, que significa ‘aprendiz’) es aquel que desea pasar tiempo con Jesús, conocerlo más a fondo y profundizar en su enseñanza; es decir, comprometer más su vida: “Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí, ¿dónde moras? […] Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día” (Jn 1, 38-39).  

Hoy, la invitación es a hacernos la pregunta de si nuestro modo de vivir es más de seguidor o de discípulo, pues eso cambia radicalmente el modo en que responderemos a ese envío que nos hace Jesús más allá de nuestras dudas y titubeos: “Id y haced discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos […] enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. 

Ser discípulo de Jesús, su mandato, implica algo muy concreto y a lo largo de los Evangelios se nos habla de ese modo particular de seguirlo: el discípulo es aquel que es servidor de todos, alguien que ama a sus enemigos y aquel que lleva su cruz día a día, que no es otra cosa que la expresión del primer y más importante de los mandamientos de nuestra fe de cristiana: “Amar al Padre sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo”.   

Al final, es nuestro modo de ser y vivir lo que dará testimonio de Jesús, de su mandamiento de Amor, y que nuestras dudas y temores no son impedimento para ponernos en camino, pues él nos promete “… estaré con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” 

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