[vc_row][vc_column][vc_column_text]

Comentario de la liturgia

[/vc_column_text][vc_column_text]

domingo 21 de agosto

[/vc_column_text][vc_column_text]

por María Novalvos

[/vc_column_text][vc_column_text]

Acompaña a jóvenes universitarios en Granada

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Evangelio: San Lucas 13, 22-30

[/vc_column_text][vc_column_text]

Camino de Jerusalén, Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando. 

  Uno le preguntó: 
   —Señor, ¿son pocos los que se salvan? 
   Les contestó: 
  —Pelead para entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán. 

Apenas se levante el amo de casa y cierre la puerta, os pondréis por fuera a golpear la puerta diciendo: Señor, ábrenos. Él os contestará: No sé de dónde sois. Entonces diréis: Contigo comidos y bebimos, en nuestras calles enseñaste. Él responderá: Os digo que no sé de dónde sois. Apartaos de mí, malhechores. 

Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reinado de Dios, mientras vosotros sois expulsados. Vendrán de oriente y occidente, del norte y el sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. 

Mirad, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.

[/vc_column_text][vc_single_image image=»10251″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Una puerta siempre abierta…

Una vez más, el Evangelio nos presenta un Jesús que responde y un pueblo que pregunta.  

Es evidente que necesitamos entender para vivir con plenitud. Pero una vez más, Jesús resulta incómodo en su respuesta. Ésta no se ajusta a lo que queremos oír ni su amor se presenta fácil. Quizás preferimos otros mensajes más suaves de Jesús. No nos gusta escucharle hablar así: “Dejar a gente fuera, el “rechinar de dientes”, entrar por puertas angostas, estrechas, difíciles (…)”. 

Con frecuencia, seguimos a un Jesús que, como nuestra sociedad, se edulcora, se hace atractivo, se adapta a nosotros, y se presenta al mundo de “fácil acceso”. 

Nos angustia no salvarnos y por eso preguntamos si son pocos o muchos los que lo harán, quizás para sentirnos más acompañados… Él nos presenta el camino de la Salvación como un regalo, una oportunidad, una puerta siempre abierta. Pero Jesús no enmascara la entrega, no falsea el amor.  

Nosotros queremos saber pero Él nos pregunta: ¿Quieres pertenecer? Conocer mucho a Jesús no implica seguirle. El único discípulo que admite Jesús es aquel que entiende el amor como ofrenda de sacrificio. ¿Por qué si no, es una cruz el mayor símbolo de amor para los cristianos? Y siendo esto cierto, ¿Por qué edulcoramos esta cruz? ¿Por qué no llamar al amor sacrificio y entrega? ¿Por qué sacrificio y entrega nos suenan tan mal? 

Por otra parte, con esta lectura resulta inevitable no reflexionar sobre nuestra entrada a ese Reino: Si no es sin lucha, ¿cuál sería la mía?  

Creemos conocer bien a Jesús, pero ¿eso es quererle? ¿Seguimos a ese Jesús?   

Otro mensaje de este Evangelio que merece reflexión es la advertencia que nos hace sobre nuestra percepción: “Mirad, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. Parece decirnos: No deis por hechas las cosas.  Dios no se sorprenderá porque conoce las luchas que cada uno libra por amar y reconoce bien a los corazones desinteresados…  

¡Cuántas veces nos mostramos verdaderos discípulos y no lo somos! ¡Cuántas veces creemos que la puerta del Reino ya está cerrada para nosotros! ¡Cuántas veces queremos pasar por esa puerta sin andar el camino que nos lleva a ella! ¡Cuántas veces renunciamos a amar por no sentirnos queridos! ¡Cuántas veces edulcoramos a Jesús para convencernos de que le seguimos! ¡Cuánta Verdad hay en Él y cuánto atajos tomamos!  

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Ir al contenido