Jn 10, 11-18
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor: conozco a las mías y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas.
Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a ésas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un solo rebaño con un solo pastor.
Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para después recobrarla. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para después recobrarla. Éste es el encargo que he recibido del Padre.
Jesús en este evangelio nos hace presente su amor incondicional, como un Buen Pastor que da todo, hasta la propia vida por sus ovejas, pero lo más importante es que no solo da la vida por sus ovejas sino por TODAS.
Dar la “vida” puede ser en todo lo cotidiano y para TODOS. Por eso es importante que sepamos empatizar y ponernos en la piel de los otros para favorecer una escucha atenta que rompa las barreras de las diferencias y se pueda dar un proceso de ver y sentir al otro como alguien querido y amado.
Muchas veces, en nuestro día a día, a causa de las prisas, lo “urgente”, el “ruido” perdemos de vista este horizonte y nos invade un sentimiento de culpabilidad por no haber atendido lo más “importante”. Por ello la imagen del Buen Pastor nos puede ayudar a caer en la cuenta de vivir el momento y el ahora, atendiendo a todas y cada una de las personas con las que estamos, vivimos, caminamos y compartimos; incluso con aquellas que se encuentran un poco más alejadas de nosotros. Y saber descubrir en todas ellas aquello que las hace distintas y especiales para mirarlas, escucharlas, atenderlas y cuidarlas con un amor pleno.
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