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Comentario de la liturgia

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domingo 20 de diciembre

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por Fernando Orcástegui

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Evangelio: San Lucas 1, 26-38

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En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.

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Si el Evangelio fuera una ópera podríamos decir que la anunciación sería la primera escena de su obertura. Así lo afirman Marcus Borg y Dominic Crossan en su libro “La primera Navidad”. Es decir, los relatos del nacimiento y la infancia de Jesús serían la “obertura” del Evangelio y, como en muchos preludios musicales, en ellos aparecen ya los temas y las melodías que después se desarrollarán en el resto de la obra.

Dicho de otra manera, estas narraciones son como un Evangelio en miniatura escrito en forma de relato parabólico, que contiene ya los grandes temas de todo el Evangelio y que tratan, no de contar hechos históricos u objetivos sobre la infancia de su protagonista, sino de dar testimonio de la enorme trascendencia que tuvieron para quienes lo redactaron la vida, la actividad liberadora, la enseñanza, la muerte y la resurrección de su Jesús.

De una manera muy plástica y poética este relato trata de responder ya desde el principio a la gran pregunta que nos trasladan los evangelistas: ¿Quién es Jesús de Nazaret para nosotros? No solo en el Antiguo Testamento, sino también en la tradición grecorromana, los nacimientos prodigiosos hablan de la personalidad y el destino del personaje a través de su origen.

El contexto de la escena (Nazaret, una aldea sin relevancia; Galilea, una provincia alejada del centro de la institución judía) nos habla de la radical novedad que supone la figura de Jesús y su cercanía al mundo de los pobres.  La figura de la virgen lo pone en relación con el cumplimiento de las promesas proféticas (“La virgen concebirá y dará a luz un hijo…”  de Is 1, 22-23) a la vez que sitúa su origen y sustrato humano en lo mejor de la tradición del pueblo de Israel, la absoluta fidelidad a Dios.

Pero  Jesús es también “Hijo de Dios”, no de ningún padre humano, no hijo de David como el Mesías que esperaban los judíos. Porque ser hijo no es solamente nacer de un padre, sino heredar de éste su forma de ser y hacer, ser como él; y Jesús no tiene por modelo a un rey guerrero y conquistador, sino a un Padre-Madre que da vida. De ahí también su nombre: Jesús, Dios salva.

La concepción por obra del Espíritu Santo nos remite a la fuerza creadora de Dios que inaugura en Jesús una nueva humanidad. Esta novedad contrasta con el orden vigente en aquel momento de la historia, representado por el poder imperial de Roma.  Jesús, impulsado por la fuerza del Espíritu, y no el emperador, es el cumplimiento del sueño de Dios para la humanidad.

Contemplemos la escena, escuchemos la melodía y reconozcámosla en el resto de la obertura que vamos a disfrutar esta Navidad.

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