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Comentario de la liturgia

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domingo 2 de enero

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por Gabriel Castillo

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Evangelio: San Juan 1, 1-18

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En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

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Un día vi un anuncio de un niño. Ya hace unos años de eso, pero sigue presente en nuestra memoria colectiva. Era de un niño y de un palo.  

“¡Un palo, un palo!” gritaba entusiasmado mientras desenvolvía aquel inusual regalo de reyes. Mientras tanto, una voz en off decía: “sabemos que jugar con un palo es increíble, pero esto ya es demasiado”.   

Ese anuncio nos ayudó a más de uno a recordar que la felicidad está tejida con jirones de ilusión. Y que no hay nadie como un niño para poner en pie ese sueño, que es el más difícil del mundo.    

Pero no siempre es fácil. La luz que emanaba en Belén contrastó desde el primer momento con la oscuridad promovida por los poderosos de este mundo. La luz quiso venir a los hombres, aún a pesar de saber que estos suelen preferir la tiniebla a la luz. Y es por eso que nuestro niño interior se va a sentir siempre amenazado por la oscuridad de ese Herodes que te perseguirá disfrazado de muchas y diversas maneras. Y pensará que ha ganado su batalla cuando te vea dudando de ti mismo o planteándote si vales o no lo suficiente; pensará que ha ganado cuando pienses que no eres ni oro ni plata para nadie y la sensación de fracaso sea algo así como tu segunda piel, o cuando sin brillar ni descubrir lo que puedes llegar a ser, te dediques a encajar a toda costa en tantos puzzles ajenos.  

Pero la Navidad es subversiva. Y la subversión de la Navidad hace correr el rumor de que el mundo no está abandonado por Dios, de que el mundo es más de lo que piensan sobre él los poderosos que lo someten.  

Y es suficiente ya ese rumor para que el mal esté inquieto y definitivamente no pueda vivir tranquilo.  

Y es por eso por lo que seguimos celebrando la Navidad. Porque uno espera siempre lo mejor del porvenir, cada navidad brindas con la esperanza de que de alguna manera todo empiece de nuevo.  

Por eso voy a escribir este año mi carta a los reyes con boli. Y apretando bien fuerte. No voy a pedir un palo, pero va a tener más sueños que los que tuvo el chaval del anuncio. Porque por mucho que sea el peso de la vida, la única forma de sentirse vivo es tirar “pa´lante” con uñas y dientes e inventarse nuevos sueños. Y así va a ser.  

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