[vc_row][vc_column][vc_column_text]

Comentario de la liturgia

[/vc_column_text][vc_column_text]

domingo 2 de agosto

[/vc_column_text][vc_column_text]

por Gabriel Castillo

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Evangelio: San Mateo 14, 13-21

[/vc_column_text][vc_column_text]

Al enterarse, Jesús se marchó de allí en barca, él solo, a un paraje despoblado. Pero la multitud se enteró y le siguió a pie desde los poblados. Jesús desembarcó y, al ver la gran multitud, se compadeció y sanó a los enfermos.
  Al atardecer los discípulos fueron a decirle:
   —El lugar es despoblado y ya es tarde; despide a la multitud para que vayan a las aldeas a comprar algo de comer.
  [Jesús] les respondió:
   —No hace falta que vayan; dadles vosotros de comer.
  Respondieron:
   —Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados.
  Él les dijo:
   —Traédmelos.
  Después mandó a la multitud sentarse en la hierba, tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; ellos se lo dieron a la multitud. Comieron todos, quedaron satisfechos, recogieron las sobras y llenaron doce cestos. Los que comieron eran cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

[/vc_column_text][vc_single_image image=»6814″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Una de las frases más sabias del evangelio es aquella que nos recordaba que “no solo de pan vive el hombre”.

Tenía vigencia en la época de Jesús y la sigue teniendo ahora, pues bien sabemos que no dejamos de caer en la tentación de pensar que sólo saciando nuestras necesidades más próximas podemos ser felices.

Como le pasó a Jesús cuando tras cuarenta días sin comer en el desierto sintió hambre: cara a cara ante esa tentación supo ver que había otras cosas que nos alimentan de un modo más profundo.

O como nos pasa a nosotros cuando pasamos más tiempo pensando en lo que nos falta que disfrutando de lo que tenemos.

Algo parecido le pasó al pequeñajo que, sentado entre el gentío, dudó entre compartir aquellos cinco panes y saciar su hambre o pensar que la necesidad de aquellos cinco mil puede ser una buena ocasión para que ese dios que se esconde tras la generosidad pudiera seguir haciendo de las suyas.

Y así se hizo: aquel pan regalado sí alimentaba.

Qué bonitas las personas que tienen el infinito dentro, aquellas que a pesar de tener el mar prefieren saltar en los charcos contigo, aquellas que ante la necesidad y el hambre de tantas cosas evitan la tentación de verla como una excusa para salvarse a sí mismos y pasan a mirarla como la gran oportunidad de la generosidad para hacer milagros.

Quizá la felicidad tan solo sea aquello que nos pasa cuando salimos de nosotros mismos, y nos buscamos, y nos dejamos huella.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Ir al contenido