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Comentario de la liturgia

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domingo 19 de septiembre

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por Santi Torres

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Evangelio: San Marcos 9, 30-37

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Desde allí fueron recorriendo Galilea, y no quería que nadie lo supiera.

  A los discípulos les explicaba:

   —Este Hombre va a ser entregado en manos de hombres que le darán muerte; después de morir, al cabo de tres días, resucitará.

  Ellos, aunque no entendían el asunto, no se atrevían a preguntarle.

  Llegaron a Cafarnaún y, ya en casa, les preguntó:

   —¿De qué hablabais por el camino?

  Se quedaron callados, pues por el camino iban discutiendo quién era el más grande.

  Se sentó, llamó a los Doce, y les dijo:

   —El que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos.

  Después llamó a un niño, lo colocó en medio de ellos, lo acarició y les dijo:

  —Quien acoja a uno de estos niños en atención a mí, a mí me acoge. Quien me acoge a mí, no es a mí a quien acoge, sino al que me envió.

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Una de las expresiones más frecuentes que utilizan los evangelios al referirse a la reacción de los discípulos es “no entendían”. ¿Cómo entender el seguimiento a un Mesías crucificado? ¿Cómo aceptar tranquilamente la contradicción de la cruz, instrumento de tortura y, a la vez, signo de salvación? Únicamente desde la fe es posible asumir aquello que san Pablo definió como “locura y escándalo”.  

 No es bueno saltarse la pregunta, la duda, la contradicción, la incomprensión… porque en ella está toda la fuerza del mensaje de Jesús. Porque en Jesús hay una subversión de la realidad de tal magnitud que convierte al poder en servicio y a los pequeños (niños, mujeres, enfermos, tullidos…) en el centro de la manifestación de Dios. Y solamente se puede vivir esa subversión desde una tremenda confianza… la de aquella fe que no podemos dejar de pedir.  

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