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Comentario de la liturgia

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domingo 19 de noviembre

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por Gabriel Castillo

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Párroco en Granada

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Evangelio: San Mateo 25, 14-30

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Es como un hombre que partía al extranjero; antes llamó a sus criados y les encomendó sus posesiones. A uno le dio cinco bolsas de oro, a otro dos, a otro una; a cada uno según su capacidad. Y se marchó. 
  Inmediatamente el que había recibido cinco bolsas de oro negoció con ellas y ganó otras cinco. Lo mismo el que había recibido dos bolsas de oro, ganó otras dos. El que había recibido una bolsa de oro fue, hizo un hoyo en tierra y escondió el dinero de su amo. 
  Pasado mucho tiempo se presentó el amo de aquellos criados para pedirles cuentas. Se acercó el que había recibido cinco bolsas de oro y le presentó otras cinco diciendo: Señor, me diste cinco bolsas de oro; mira, he ganado otras cinco. Su amo le dijo: Muy bien, siervo honrado y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te pongo al frente de lo importante. Entra en la fiesta de tu amo. 
  Se acercó el que había recibido dos bolsas de oro y dijo: Señor, me diste dos bolsas de oro; mira, he ganado otras dos. Su amo le dijo: Muy bien, siervo honrado y cumplidor; has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo importante. Entra en la fiesta de tu amo. 
  Se acercó también el que había recibido una bolsa de oro y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que cosechas donde no has sembrado y reúnes donde no has esparcido. Como tenía miedo, enterré tu bolsa de oro; aquí tienes lo tuyo. Su amo le respondió: Siervo indigno y holgazán, puesto que sabías que cosecho donde no sembré y reúno donde no esparcí, tenías que haber depositado el dinero en un banco para que, al venir yo, lo retirase con los intereses. Quitadle la bolsa de oro y dádsela al que tiene diez. Pues al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene se le quitará aun lo que tiene. Al criado inútil expulsadlo a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. 

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Cuando el jovenzuelo del anuncio del Banco Santander se acerca a Rafa Nadal y le dice “yo voy a ser como tú”, el tenista perfectamente podía haberle contado la parábola de los talentos. Es más, de algún modo llegó a hacerlo cuando le dice: “no hagas lo mismo que yo. Yo nunca hice lo mismo que otros. Tú eres único: protege lo que te hace diferente”. O lo que es igual: no lo escondas.   

Si no contento con eso, el pequeñajo hubiese decidido acudir a Carlo Acutis, otro jovenzuelo beatificado el pasado 10 de Octubre, este le hubiese animado también a proteger el don que lo hace diferente. Y hubiese añadido su coletilla: “todos nacemos originales pero muchos se esfuerzan por morir como una simple fotocopia”.    

Y si aún descontento con estas respuestas se decidiera a preguntar a personajes de la ficción, el desenlace, seguiría discurriendo por los mismos derroteros. El tío de Spiderman, el tío Ben, le diría aquello de que un gran poder (un talento, un don) conlleva una gran responsabilidad. Y Dumbledore, el viejo profesor de Harry Potter insistiría en su gran lección: “no son tus habilidades las que te definen sino tus elecciones”.    

En esa misma línea insistía Carlos Rivera la otra noche en una de las batallas de La voz. Qué gran aportación para el concursante que recibió el mensaje: “el que tiene el don de cantar tiene el deber con Dios de hacerlo”.    

Y más en estos tiempos de tanto individualismo: necesitamos ese archipiélago de talentos que somos cada uno de nosotros. Porque quien se guarda para sí lo que otro necesita para caminar en la vida, acaba perdiendo incluso lo que tiene.    

Pero quien decide optimizar su talento tan solo necesita apagar los miedos y sazonarse con un poco de imaginación para los gestos pequeños de humanismo. Porque son los únicos que responden a las verdaderas necesidades que padece el otro, los únicos que alcanzan así el fondo de los corazones más bloqueados y los únicos que relativizan la imposibilidad de solución con que se nos presentan los retos que nos agobian en nuestro día a día.   

Y lo más sorprendente es que estos retos no necesitan que seamos como Nadal ni como ninguno de aquellos que constantemente subimos al pedestal. No requieren nada extraordinario. Ni tan siquiera héroes. Están ahí, en lo más cotidiano, disfrazados de insignificantes talentos.  

Por eso, el evangelio de hoy no es más que una insistencia en que, aunque nuestra capacidad sea pequeña, muy pequeña, comparada con la que puedan tener otras personas, Dios siempre nos susurrará lo mismo:   que sí, que quizá no eres excepcional, pero ese don por el que sale hacia fuera tu persona y cuanto tiene de ilusión por la vida, eso es lo que hay que proteger. Y que no le importa que tengas pocas capacidades. Le importa que la que tienes la escondas sin más. 

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