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Comentario de la liturgia

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domingo 19 de marzo

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por Lourdes Carrasco

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Madre de familia apasionada por acercar el mensaje de Dios a nuestro mundo actual. Me dedico profesionalmente a la comunicación corporativa y la publicidad. Desde mi ciudad, Granada, vivo, disfruto y comparto el carisma RSCJ como Familia del Sagrado Corazón.

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Evangelio: San Juan 9, 1-41

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Al pasar vio un hombre ciego de nacimiento. Los discípulos le preguntaron: 
   —Rabí, ¿quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres? 
  Jesús contestó: 
   —Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido para que se revele en él la acción de Dios. Mientras es de día, tenéis que trabajar en las obras del que me envió. Llegará la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. 
  Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva, se lo puso en los ojos y le dijo: 
   —Ve a lavarte en la alberca de Siloé –que significa enviado–. 
   Fue, se lavó y volvió con vista. 
  Los vecinos y los que antes lo habían visto pidiendo limosna comentaban: 
   —¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna? 
  Unos decían: 
   —Es él. 
   Otros decían: 
   —No es, sino que se le parece. 
   Él respondía: 
   —Soy yo. 
  Así que le preguntaron: 
   —¿Cómo [pues] se te abrieron los ojos? 
  Contestó: 
   —Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo que fuera a lavarme a la fuente de Siloé. Fui, me lavé y recobré la vista. 
  Le preguntaron: 
   —¿Dónde está él? 
   Responde: 
   —No sé. 
  Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego –era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos–. 
  Los fariseos le preguntaron otra vez cómo había recobrado la vista. 
   Les respondió: 
   —Me aplicó barro a los ojos, me lavé, y ahora veo. 
  Algunos fariseos le dijeron: 
   —Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no observa el sábado. 
   Otros decían: 
   —¿Cómo puede un pecador hacer tales señales? 
   Y estaban divididos. 
  Preguntaron de nuevo al ciego: 
   —Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos? 
   Contestó: 
   —Que es profeta. 
  Los judíos no acababan de creer que había sido ciego y había recobrado la vista; así que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: 
   —¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve? 
  Contestaron sus padres: 
   —Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; cómo es que ahora ve, no lo sabemos; quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Preguntadle a él, que tiene edad y puede dar razón de sí. 
  Sus padres dijeron esto por temor a los judíos; porque los judíos ya habían decidido que quien lo confesara como Mesías sería expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron los padres que tenía edad y que le preguntaran a él. 
  Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: 
   —Da gloria a Dios. A nosotros nos consta que aquél es un pecador. 
  Les contestó: 
   —Si es pecador, no lo sé; una cosa me consta, que yo era ciego y ahora veo. 
  Le preguntaron de nuevo: 
   —¿Cómo te abrió los ojos? 
  Les contestó: 
   —Ya os lo he dicho y no me creísteis; ¿para qué queréis oírlo de nuevo? ¿No será que queréis haceros discípulos suyos? 
  Lo insultaron diciendo: 
   —¡Discípulo de él lo serás tú!, nosotros somos discípulos de Moisés. De Moisés nos consta que le habló Dios; en cuanto a ése, no sabemos de dónde viene. 
  Les replicó: 
   —Eso es lo extraño, que vosotros no sabéis de dónde viene y a mí me abrió los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que escucha al que es piadoso y hace su voluntad. Jamás se oyó contar que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si ese hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada. 
  Le contestaron: 
   —Tú naciste lleno de pecado, ¿y quieres darnos lecciones? 
   Y lo expulsaron. 
  Oyó Jesús que lo habían expulsado y, cuando lo encontró, le dijo: 
   —¿Crees en el Hijo del Hombre? 
  Contestó: 
   —¿Quién es, Señor, para que crea en él? 
  Jesús le dijo: 
   —Lo has visto: es el que está hablando contigo. 
  Respondió: 
   —Creo, Señor. 
   Y se postró ante él. 
  Jesús dijo: 
   —He venido a este mundo a entablar un juicio, para que los ciegos vean y los que vean queden ciegos. 
  Algunos fariseos que se encontraban con él preguntaron: 
   —Y nosotros, ¿estamos ciegos? 
  Les respondió Jesús: 
   —Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís que veis, vuestro pecado permanece. 

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EN EL MARGEN

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Avanzamos por el último tramo de este tiempo de Cuaresma. Una invitación que cada año nos hace Jesús a revisar nuestra mochila, esa con la que recorremos la vida. Una oportunidad para reponer aquello que nos falta o está próximo a hacerlo; y para deshacernos de aquello que nos ralentiza o impide andar y que no nos sirve de nada.  

Inmersos todos en una sociedad poco propicia para el parón, para ese alto en el camino que tantas veces necesitamos, la celeridad del día a día nos acompasa con ese tumulto de las grandes ciudades, que nos hace avanzar en conjunto, como una cabeza de alfiler que atraviesa en la inmensidad de un enorme paso de peatones, o esa reacción de alegría que levanta casi en peso y a la vez, a hileras de forofos en un campo de fútbol ante un nuevo tanto de su equipo. Siempre en el centro de lo “importante”.  

Este evangelio cargado de simbolismo tiene como protagonista a una persona enferma, a una persona débil, frágil. En una época donde enfermedad y pecado estaban íntimamente ligadas, Jesús nos muestra la importancia del significado que le damos en nuestro día a día a las palabras. Me detengo en la palabra margen. Barrios marginales, los márgenes de la sociedad… seguro que todos hemos escuchado en diferentes momentos este tipo de expresiones; y hoy yo me pregunto ¿qué significan los márgenes en mi vida? A mí, que me gusta aterrizar o al menos intentarlo, lo que Jesús me dice aquí y ahora, busco en mi memoria momentos en los que yo haya usado esta palabra.  

La primera imagen que rescato son mis apuntes y libros del colegio o la facultad, llenos de notas en los márgenes. Ese pequeño detalle que ha comentado de refilón el profe en clase y que puede suponerte la diferencia entre un 9,5 o un 10. Pero también son esas notas de cariño en los momentos de bajón, que tu compañero o amiga de clase, te ponen cuando ven que las fuerzas flaquean y que necesitas un chute de cariño, de amor. En ambos casos, es ese saber mirar y ver más allá de la superficie, en lo profundo. Porque quizás lo verdaderamente importante no está en el texto central, en lo alto de la gran ciudad, en el lugar donde todos los focos apuntan, sino en el margen recóndito, en el que a veces por pereza y otras por inercia, nos negamos la oportunidad de mirar.  

Y es que, avanzando por el sendero hacia la piscina de Siloé, con esa mochila algo más ligera, descubro también esa flor que nace al margen del camino, como la vida que se abre en plena primavera, al lado de cada uno de nosotros para enseñarnos que la Pascua está cerca. Atisbo a lo lejos quién es el Enviado, para poder acercarme a Él con paso firme y decidido. Para escuchar en este momento de mi vida ¿dónde me envía Dios? Y ¿cómo puedo proclamar yo, como el ciego del Evangelio, con energía y sin miedo que donde está Él nace la Vida?  

  Su paso nos llena de luz, esa luz verdadera que ve con los ojos del corazón y aleja las cegueras del egoísmo, la envidia… y tantos otros pecados que cada uno de nosotros tenemos. Quizás esta sea una bonita oportunidad para descubrir que lo importante está en el margen, porque justo ese, es y debe ser el centro de nuestra vida.  

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