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Comentario de la liturgia
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domingo 17 de abril
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por Ana Luengo
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Madre trabajadora. Vivo en Murcia. Fui novicia del Sagrado Corazón y pertenecí a las CVX de mi ciudad. Actualmente mi energía se centra en la educación de mis hijos, y en el trabajo.
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Evangelio: San Juan 20, 1-9
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El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras, va María Magdalena al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro. Entonces corre adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dice:
—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salió Pedro con el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Inclinándose vio los lienzos en el suelo, pero no entró. Después llegó Simón Pedro, detrás de él y entró en el sepulcro. Observó los lienzos en el suelo y el sudario que le había envuelto la cabeza no en el suelo con los lienzos, sino enrollado en lugar aparte.
Entonces entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras, que había de resucitar de la muerte.
[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]Los discípulos vivían momentos de tensión y peligro que les obligaban a esconderse. También de desconcierto, pues las cosas no se desarrollaron como esperaban, no había victoria, sino más bien un gran desastre.
Llama mucho la atención del «otro» discípulo, ese que corre más, pero tiene el coraje y la sangre fría de pararse y dejar pasar a Pedro, y que es capaz de entender al ver el sepulcro vacío. Además de ese valor y autocontrol, tiene lucidez. Leyendo el texto, me lo imagino como una persona que irradia luz y que calienta el corazón con su sola presencia, de esas que a veces tenemos la gran suerte de conocer, aunque sea de manera fugaz. Y resuena en mi cabeza la canción de Presuntos implicados «Gente». A veces desearía cobijarme a la sombra de una de ellas y esperar a que abriese el camino. Un engaño efímero, ya que soy yo la responsable de mi camino, de mirar y decidir dónde poner los pies y hacia dónde y cómo tender las manos.
Me identifico más con las mujeres, por la conclusión lógica a la que llegan: no está su cuerpo, entonces ha sido robado. Y que vuelven sobrecogidas a decírselo al resto de discípulos…Aunque pensando despacio, creo que ni habría tenido el valor de acercarme al sepulcro por miedo a que me identificaran como seguidora de Jesús y se encararan conmigo.
Tanto encierro con la pandemia, con las mascarillas que nos protegen, pero a la vez nos alejan del resto. La situación política nacional e internacional, con tantos conflictos que en lugar de arreglarse empeoran, violencias en todos los rincones del planeta, contra nosotros mismos y contra el propio planeta. ¡No veo más que un sepulcro vacío, sin el cuerpo de aquel que se suponía iba a salvarnos! ¿Qué han hecho con él? ¡Déjenlo descansar en paz! ¡Que al menos su cuerpo nos ayude a recordar el calor de sus palabras y el sonido de sus pasos! Quiero acurrucarme en un huequito junto a su lecho y zambullirme en la falsa sensación de seguridad de su presencia inerte.
Pero no me quito de la cabeza la imagen del «otro». Ni esa melodía que no calla. Es un recordatorio, una señal en el camino. No tengo su coraje, ni su sangre fría, y mucho menos su lucidez, pero he de levantarme y mirar el sepulcro vacío, e intentar entender, reconocer lo que realmente significa. ¿Dónde dirigiré mis pasos? ¿Hacia dónde tenderé mis manos? Voy a sacudirme el miedo, a caminar erguida, con paso firme, y a ofrecer mi mano. [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
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