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evangelio 16 de octubre con comentario de Pepitina García

Comentario de la liturgia

domingo 16 de octubre

por Pepitina García

Nací en Puerto Rico, pero mis raíces asturianas -por parte de padre- me trajeron a Gijón. Estudié Derecho y conocí a mi futuro marido.  Desde adolescente tuve clara mi vocación a la maternidad; ya siendo novios, soñábamos con formar una gran familia: seis hijos y once nietos son los protagonistas de 50 años de matrimonio. Nos alegran, nos agotan y nos acercan cada día más a Dios…que no se cansa nunca de sostenernos. El domingo nos reúne a todos alrededor de la mesa. La bendición de la mesa es momento propicio para “seguir sembrando” desde la fe, aquello vivido durante la semana familiarmente, con sus luces y con sus sombras. “¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres!”.  

Evangelio: San Lucas 18, 1-8

Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó una parábola:
  —Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que acudía a él para decirle: Hazme justicia contra mi rival.
  Por un tiempo se negó, pero más tarde se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar a golpes conmigo.
  El Señor añadió:
   —Fijaos en lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? ¿Les dará largas?
  Os digo que les hará justicia pronto. Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra? 

evangelio 16 de octubre con comentario de Pepitina García

El evangelio de Lucas, casi desde el principio, va salpicado de parábolas. Una parábola es un relato o historia clara y sencilla que tiene por finalidad transmitirnos una enseñanza del modo más comprensible y fácil de recordar. Para ello Jesús utiliza ejemplos tomados de la vida ordinaria de la gente de la época. Pero válidos para nosotros hoy.

Jesús es muy claro. El evangelio de este domingo nos invita a revisar nuestra oración: Lc18:1 “Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.”

Nos presenta dos personajes: un juez inmoral e injusto y una pobre viuda que clama insistentemente que le haga justicia. Su insistencia hace que el juez la atienda, no por compasión alguna sino por temor; le molesta tanta insistencia. Por lo que se decide a hacerle justicia, no sea que “finalmente venga y me dé más quebraderos de cabeza”. Se la quita de en medio…sería la visión mundana, pero no para los creyentes que acogemos hoy la Palabra de Dios en el corazón para vivirla. Y es que el grito angustioso y constante de justicia de la mujer es escuchado por Dios.

Su Palabra que es “viva y eficaz” nos lo demuestra: “Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren. ¿Acaso si alguno de vosotros su hijo le pide pan le da una piedra?; o si le pide un pez, ¿le da una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!”

En el evangelio de Lucas, Jesús ha comenzado a hablarles a sus discípulos de la “llegada del Reino” y les anuncia por tercera vez su muerte y resurrección ya cercanas. Por eso les pide a sus seguidores, que oren y lo hagan de forma constante y perseverante. Sabe que los discípulos deberán sufrir mucho, para esto les es necesaria la oración que fortalecerá su fe. Les recomienda estar atentos, “vigilantes” y “orar” (Lc 21:36 par.). Esta constante vigilancia por la oración es lo que nos enseña esta parábola, cuyo tema se enuncia abiertamente al comienzo: “Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer.” No se trata de una oración matemáticamente continua, pero sí muy asidua.

Recordemos: una de las actitudes que debe tener el orante, es la constancia. Importa ponerse en oración todos los días, aunque sea simplemente unos minutos, aunque sean dos minutos. Con la constancia lograremos habituar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu a un orden, y lo someteremos a nuestra voluntad para que no sea esclavo de nuestros impulsos de pereza, de desidia… de los pecados capitales. Posteriormente someteremos nuestro entero ser a Dios.

Necesitamos la oración perseverante para fortalecer y crecer en la fe; así podremos estar preparados cuando el Señor nos salga al encuentro: Lc 18:8 “Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” 

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