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Comentario de la liturgia

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domingo 16 de mayo

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por Ana Menéndez

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Evangelio: San Marcos 16, 15-20

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En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

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Este texto del evangelio corresponde al final del evangelio de Marcos y lejos de llegar a una conclusión deja el final totalmente abierto. Jesús asciende a los cielos pero la historia no acaba ahí, ni mucho menos. Es más bien un nuevo comienzo, un pórtico de entrada a la vida de la Iglesia, a nuestra vida, a la vida de los que más mal que bien seguimos creyendo, a veces de manera muy humana, muy pobre y muy a nuestro modo, que no es el modo de Dios. Su modo es  abundancia extraordinaria, aquella que hizo que los discípulos miedosos, encerrados, casi en desbandada, se convirtieran en testigos valientes, capaces de enfrentarse al mal, al veneno mortal,… capaces de hacerse entender por todos, aunque tuviesen otra lengua, capaces de tocar y sanar, capaces de transparentar a Dios en sus vidas.

Un día como hoy es buen momento de pedir al Espíritu que nos enseñe a creer así, a dejar a Dios ser Dios de todo y de todos, a dejar que transforme nuestras vidas para dejarle ser la luz que anime nuestro caminar. Quizá así el mandato de: “Ir y proclamar”, no nos empequeñezca y nos asuste, sino que nos ensanche el corazón para dejarle ocuparlo y transformarnos para así llegar a ser lo que Él soñó de nosotros.

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