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Comentario de la liturgia

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domingo 16 de agosto

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por Ana Martín Peña

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Evangelio: San Mateo 15, 21-28

[/vc_column_text][vc_column_text]Desde allí se marchó a la región de Tiro y Sidón.
  Una mujer cananea de la zona salió gritando:
   —¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija es atormentada por un demonio.
  Él no respondió una palabra.
   Se acercaron los discípulos y le suplicaron.
   —Señor, atiéndela, para que no siga gritando detrás de nosotros.
  Él contestó:
   —¡He sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la Casa de Israel!
  Pero ella se acercó y se postró ante él diciendo:
   —¡Señor, ayúdame!
  Él respondió:
   —No está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos.
  Ella replicó:
   —Es verdad, Señor; pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños.
  Entonces Jesús le contestó:
   —Mujer, ¡qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus deseos.
   Y en aquel momento, su hija quedó sana.[/vc_column_text][vc_single_image image=»6891″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

El evangelio de hoy es de tremenda actualidad. En nuestro mundo el diálogo es imprescindible y está en boca de todos. Sin embargo, son pocos los que están realmente dispuestos a dialogar con sinceridad, a conceder credibilidad y cierta parte de razón a su interlocutor, a buscar soluciones nuevas y no a imponer los propios criterios. En este pasaje podemos ver dos actitudes de Jesús que son imprescindibles para que ese diálogo de frutos positivos.

En primer lugar, tiene claro que su objetivo no es individualista. No se trata de llevar la razón, tener una ley que lo respalde, o un plan preestablecido, sin fisuras ni imprevistos. Su objetivo es trabajar por la justicia, la paz, el bien común, el amor… el Reino. Buscar la voluntad del Padre más allá de la propia.

En segundo lugar, Jesús está dispuesto a escuchar a su interlocutor y a reconocer en él virtudes que en un principio no aparecían tan claras. “Mujer, qué grande es tu fe”.

¡Descubrir cómo Jesús va aprendiendo, en su relación con los demás, a reconocer la voluntad del Padre y a ponerla en práctica, es una invitación para que nosotros hagamos lo mismo. No demos las cosas por supuestas, no prejuzguemos, tengamos la mente abierta para dejar que el prójimo entre en nuestro corazón y se cumpla la voluntad del Padre, antes que la nuestra.

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