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Comentario de la liturgia

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domingo 16 de abril

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por Teresa Gomà RSCJ

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Evangelio: San Juan 20, 19-31

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Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: 
   —Paz con vosotros. 
  Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. 
  Jesús repitió: 
   —Paz con vosotros. Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros. 
  Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: 
   —Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos. 
  Tomás, que significa Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 
  Los otros discípulos le decían: 
   —Hemos visto al Señor. 
   Él replicó: 
   —Si no veo en sus manos la marca de los clavos y no meto el dedo por el agujero, si no meto la mano por su costado, no creeré. 
  A los ocho días estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús a puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo: 
   —Paz con vosotros. 
  Después dice a Tomás: 
   —Mete aquí el dedo y mira mis manos; trae la mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, antes cree. 
  Le contestó Tomás: 
   —Señor mío y Dios mío. 
  Le dice Jesús: 
   —Porque me has visto, has creído; dichosos los que crean sin haber visto. 
  Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están consignadas en este libro. Éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él. 

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La Pascua es en sí misma una llamada a la paz del corazón y a la armonía de toda la creación.  

Todo lo que existe es salvado en Cristo, y es por ello que nuestra identidad cristiana revive de un modo muy especial cada Domingo de Pascua. 

 «Paz a vosotros» dijo Jesús… Paz a nosotros, mujeres y hombres, de aquí y de allá, sigue proclamando hoy.  

Porque su mensaje devolvió la serenidad y la audacia a un grupo de seguidores confundidos y apesadumbrados, la misma confusión que hoy nos invade como ciudadanos de un mundo en constante cambio, en acelerada carrera hacia no se sabe dónde.  

 Como Tomás tenemos derecho a dudar. Pero la misma duda debe revestirse de un clamor: «Señor mío y Dios mío», cada vez que Jesús se nos hace presente en aquella persona necesitada, en aquel aparente vacío, en la oscuridad del miedo. Son los signos actuales de Dios en un mundo necesitado frenéticamente de sentido. 

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