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Comentario de la liturgia

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domingo 15 de septiembre

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por Mariola López Villanueva RSCJ

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Evangelio: San Lucas 15, 1-32

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En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: <<Ese acoge a los pecadores y come con ellos>>.

Jesús les dijo esta parábola: <<Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una,  ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta>>. También les dijo: <<Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.  Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado. El padre le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.

[/vc_column_text][vc_column_text]EVANGELIO DIARIO 2019 – Edit Mensajero – Librería Claret[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Vamos a fijarnos en la parábola de la mujer: nos habla de una pérdida interior, de esa parte del tesoro que se pierde dentro de la propia casa. No lo perdemos todo, ni siquiera la mitad; de diez monedas, la mujer pierde una. Podría parecer insignificante, pero cuando hemos vivido pérdidas sabemos lo que significa: una ruptura, un enfriamiento, una disminución… La vida sigue sin esta moneda, pero no de la misma manera. Estamos en las cosas, pero no del todo enteros. Entonces se abre la posibilidad de barrer nuestra casa, de limpiar, de buscar. <<Alegraos conmigo>>, dice la mujer. Es esa alegría inmerecida y desbordante por lo que Dios hace en nosotros, por cómo nos busca, por cómo nos abraza en todas nuestras pérdidas. Hay una revitalización de la propia vida cuando nuestra pobreza, en vez de entristecernos, nos hace ricos en misericordia. Y es al recibirla nosotros mismos cuando nos convertimos en motivo de alegría los unos para los otros. Un músico de jazz cubano que seguía tocando a los 90 años decía: <<El mayor capital de un ser humano es que su vida pueda ser motivo de alegría para otros>>.

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NADA TE TURBE

(Santa Teresa de Ávila)

Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: solo Dios basta.

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