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Comentario de la liturgia

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domingo 15 de octubre

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por Fernando Orcástegui

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Soy maestro y licenciado en Ciencias Religiosas. Hace más de 30 años que empecé a trabajar en el colegio Santa Magdalena Sofía de Zaragoza, donde he sido profesor de Primaria y ESO y también coordinador de pastoral y director. Actualmente coordino el equipo de titularidad de la Fundación Educativa Sofía Barat. Me gusta decir las cosas con dibujos y escribir pequeñas infusiones para que el Evangelio nos caliente por dentro, nos serene, nos abra el apetito o nos estimule… 

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Evangelio: San Mateo 22, 1-14

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Jesús tomó de nuevo la palabra y les habló con parábolas: 
  El reino de Dios se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. 
  Despachó a sus criados para llamar a los invitados a la boda, pero éstos no quisieron ir. 
  Entonces despachó a otros criados encargándoles que dijeran a los invitados: Tengo el banquete preparado, los toros y cebones degollados y todo pronto; venid a la boda. Pero ellos se desentendieron: uno se fue a su finca, el otro a su negocio; otros agarraron a los criados, los maltrataron y los mataron. 
  El rey se encolerizó y, enviando sus tropas, acabó con aquellos asesinos e incendió su ciudad. Después dijo a sus criados: El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no se lo merecían. Por tanto, id a los cruces de caminos y a cuantos encontréis invitadlos a la boda. 
  Salieron los criados a los caminos y reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos. El salón se llenó de convidados. 
  Cuando el rey entró para ver a los invitados, observó a uno que no llevaba traje apropiado. Le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado sin traje apropiado? 
   Él enmudeció. 
Entonces el rey mandó a los camareros: Atadlo de pies y manos y echadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Pues son muchos los invitados y pocos los elegidos.

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Todos, todos, todos

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Probablemente la exhortación más citada y recordada del papa Francisco durante las JMJ celebradas en Lisboa el pasado mes de agosto es aquella en la que proclamaba que la Iglesia no es un club exclusivo, sino una comunidad abierta. En la memoria nos ha quedado ese “repitan conmigo, cada uno en su idioma: todos, todos, todos”.  

Francisco lo expuso con su habitual espontaneidad, pero con gran contundencia: “Jesús lo dice claramente (…): Vayan y traigan a todos, jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores. Todos, todos, todos. En la Iglesia hay lugar para todos”. 

Creo que ese “vayan y traigan a todos” hace clara referencia al texto evangélico de la liturgia de hoy. Un rey da un gran banquete para celebrar la boda de su hijo y, ante las excusas de los convidados, que no aceptan la invitación, acaba pidiendo a sus servidores que salgan a los cruces de los caminos para invitar a la boda a todos los que se encuentren. 

En los evangelios es frecuente emplear la imagen del banquete para hablar del Reino o de la comunidad de Jesús. También, al tratarse de un banquete de boda, hace referencia a la alianza entre Dios (el rey) y su pueblo (invitados), una alianza que se realiza a través de su hijo (Jesús).  

Los convidados que rechazan la invitación representan a las autoridades que no aceptan a Jesús y su proyecto de humanización. En realidad, tampoco han hecho caso de todos los emisarios que el rey ha ido enviando, o sea que tampoco han acogido el mensaje de los profetas que pedían “misericordia y no sacrificios”. Han preferido una religión basada en la ley y los ritos en vez de una relación de amor con Dios que promoviera la compasión y la fraternidad.  

Los criados traen a la fiesta a todo tipo de gente: buenos y malos, todos son invitados, con lo que finalmente el deseo del rey se cumple, hay boda, hay banquete, y hay unos nuevos invitados, un nuevo pueblo, un nuevo Israel para una nueva alianza.   

El colofón de la parábola es sorprendente. Participar en el banquete exige llevar la vestimenta adecuada. El “traje de boda” nada tiene que ver con algo externo y formal; no se trata de cumplir con ritos o normas legales de pureza. El traje de fiesta se identifica con la adhesión a Jesús y su mensaje, lo que supone, entre otras cosas, aceptar con alegría sentarse con todos los invitados, sea cual sea su clase y su procedencia. Se sientan juntos hombres y mujeres, libres y esclavos, sanos y enfermos, nacionales y extranjeros, puros e impuros…   

Hay quien prefiere la imagen del castillo a la de la mesa del banquete.  O quienes desean un banquete solo para ellos y los suyos. Son lo que, como escribía José F. Peláez en un artículo durante las JMJ, “serían capaces de increpar a Jesucristo, cuando vuelva, al verle partir el pan con una puta, en la mesa con un divorciado, lavando los pies a un transexual, besando a un musulmán…” 

Pero, la Iglesia no puede ser una sociedad cerrada en la que se pidan títulos o méritos para entrar. Una Iglesia “en salida” es una comunidad de iguales en la que no se excluye ni discrimina, una comunidad en la que todos, todos, todos están invitados a celebrar la fiesta de la vida. 

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