Soy Matilde Moreno rscj. Vivo en Torreblanca (Sevilla) y tengo mi corazón marcado por la presencia del pueblo haitiano, fuerte y sufriente, con quien sufrí y fui feliz durante 20 años.
Lc, 24, 35-48
Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de esto, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
—La paz esté con vosotros.
Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma.
Pero él les dijo:
—¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué se os ocurren tantas dudas? Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no tiene carne y hueso, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Era tal el gozo y el asombro que no acababan de creer.
Entonces les dijo:
—¿Tenéis aquí algo de comer?
Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia. Después les dijo:
—Esto es lo que os decía cuando todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura.
Y añadió:
—Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte al tercer día; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de ello.
Pues aquí está la clave:” Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”
La mayoría de las veces “no contamos” nuestras mejores experiencias y eso dificulta que nuestra vida de familia y de comunidad se enriquezca y que lo sucedido no sea solamente “mío y muy mío”, sino que se convierta en vida de todos.
Compartir eso que descubrimos de Jesús, nos abre y abre al grupo, para poder seguir percibiendo signos de su presencia en nuestras vidas, en nuestro mundo. Así, la próxima vez que se nos haga el encontradizo, podremos reconocerlo mejor.
Estos relatos de resurrección nos enseñan demás que el encuentro con Dios es una aventura tan simple como la vida misma. Ya nos lo advirtió Elías (1 Reyes, 19, 1-18) cuando “nos contó” cómo quiso encontrar a Dios, en lo que parecía más lógico: el huracán, el terremoto, el fuego…pero ahí no estaba el Señor, sino en la imperceptible brisa suave, que a veces ni sentimos, pero nos reconforta cuando en el silencio de la tarde contemplamos una campañilla que se cierra, o el sol rojizo que se va. Así de simple y así de hermoso.
Por eso su Presencia, sencilla y cotidiana, se acerca desde lo que vivimos y nos invita a reconocerle “mirad mis manos y mi costado”; nos pregunta por los sentimientos que nos quitan el sueño “por qué se os ocurren tantas dudas” y se sienta con nosotros a comer.
¡Ah! Y después de la comida viene la sobremesa donde nos va explicando la vida, a su manera y nos envía a ser sus testigos…para seguir contándolo.
¡Da gusto tener un Dios así! ¡No te lo pierdas!
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