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Comentario de la liturgia

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domingo 13 de febrero

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por Miyako Namikava RSCJ

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Se dedica a la teología de los primeros Padres de la Iglesia  

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Evangelio: San Lucas 6, 17. 20-26

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Bajó con ellos y se detuvo en un llano, donde había un gran número de discípulos y un gran gentío del pueblo, venidos de toda Judea, de Jerusalén, de la costa de Tiro y Sidón 
Dirigiendo la mirada a los discípulos, les decía: 
  Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece. 
  Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque seréis saciados. 
  Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. 
  Dichosos cuando os odien los hombres y os destierren, os insulten y denigren vuestro nombre a causa de este Hombre. Saltad entonces de alegría que vuestro premio en el cielo es abundante. Del mismo modo trataron sus padres a los profetas. 
  Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya recibís vuestro consuelo. 
  ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque pasaréis hambre. 
   ¡Ay de los que ahora reís!, porque lloraréis y haréis duelo. 
  ¡Ay de vosotros cuando todos hablen bien de vosotros! Del mismo modo trataron sus padres a los falsos profetas. 

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La tecnología nos proporciona hoy una solución rápida a tantos problemas. Casi nos parece que podemos tenerlo todo bajo control. Hay evaluaciones para todas nuestras actividades: evaluamos la atención al público en un almacén; o el grado de satisfacción de un taller; siempre pensando si responden a nuestras expectativas o pueden ser mejorables. Pero en realidad somos débiles y vulnerables. Nos afecta nuestro entorno: la pobreza, el hambre, y esos sentimientos que surgen desde muy dentro de nosotros. 

      El Evangelio de este domingo nos recuerda que con nosotros siempre está la riqueza de Dios, que nos sacia, nos devuelve la alegría y nos recibe con una recompensa. Nos recuerda que la identidad esencial nuestra es que somos «creaturas », no de cualquier Dios anónimo y distante, sino del Dios compasivo, generoso y justo, autor de la vida – mío y de los demás – que desea relacionarse con nosotros, de la manera más directa y cercana. 

     Por eso, ya en los primeros siglos del Cristianismo un padre de la Iglesia escribió: «el Hijo de Dios se hizo a semejanza de la carne de pecado para condenar el pecado y, así condenado, expulsarlo de la carne, y en cambio llamar al ser humano para que llegue a ser a su semejanza, asignándole en imitador de Dios, elevándolo hasta el reino del Padre para otorgarle el ver a Dios y asir al Padre. Esta es la Palabra de Dios que habitó en el hombre y se hizo Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a acoger a Dios y acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según el beneplácito del Padre (Ireneo de Lyon, Adversus Haereses III,20,2) ». 

     Dios es el Creador que sale al encuentro de nuestra pobreza; sacia nuestra hambre; y nos envuelve con su gozo. 

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