[vc_row][vc_column][vc_column_text]

Comentario de la liturgia

[/vc_column_text][vc_column_text]

domingo 12 de marzo

[/vc_column_text][vc_column_text]

por Ana Luengo

[/vc_column_text][vc_column_text]

Madre trabajadora. Vivo en Murcia. Fui novicia del Sagrado Corazón y pertenecí a las CVX de mi ciudad. Actualmente mi energía se centra en la educación de mis hijos, y el trabajo. 

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Evangelio: San Lucas 4, 5-42

[/vc_column_text][vc_column_text]

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.

Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.

La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»

La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»

Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»

La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»

Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.»

La mujer le contesta: «No tengo marido».

Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»

La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»

Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»

La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»

Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»

En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»

[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

El Evangelio de hoy tiene varios mensajes, y vuelve a dejar a los discípulos sin saber muy bien qué está pasando. Sinceramente yo me entero de bien poco, aunque mi ego-orgullo me hace levantar la barbilla y pensar lo contrario, o querer demostrarlo. 

Vuelvo a releer el pasaje y me llama fuertemente la atención que los discípulos se sorprendieran de que Jesús hablara con una mujer. Además es con quién primero habla en ese lugar, siendo ella la que anuncia que está allí El Mesías y hace de puente de unión entre Él y los samaritanos, con los que los judíos no se hablaban. 

En pocas palabras Jesús recoge las diferencias de culto entre ellos, las «rocía» de ese Agua Viva y concluye con su unión en lo esencial: adorar al Padre en espíritu y en verdad. 

Una de las cosas más hermosas y enriquecedoras de la vida es cuando logramos pasar la barrera de las diferencias y reconocernos en la esencia y la verdad que nos une ante Dios. También es de las más difíciles, pues esa barrera se refuerza con miedos e intereses. Y es curioso, pero cuando logras traspasarla te sientes más ligera y respiras mejor.

[/vc_column_text][vc_row_inner][vc_column_inner][vc_single_image image=»11063″][/vc_column_inner][/vc_row_inner][/vc_column][/vc_row]

Ir al contenido