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Comentario de la liturgia

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domingo 12 de junio

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por Gabriel Castillo

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Párroco en Granada

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Evangelio: San Juan 16, 12-15

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Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena; pues no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que oye y os anunciará el futuro. 
  Él me dará gloria porque recibirá de lo mío y os lo explicará. Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso os dije que recibirá de lo mío y os lo explicará.

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Todos recordamos, seguramente, aquella vieja ventana, en casa de nuestros padres, desde la que aún se ve tu infancia. No está en ningún mapa, pues los lugares verdaderos nunca lo están, pero aún podemos ver, desde ella, a aquel niño que un día fuimos. En nuestra espalda, una mochila. En las manos, el gran libro de la vida aún por escribir.  

  Intuíamos caminos que aún no eran más que estelas de espuma. Pero inmersos en esas flores de agua, sumergidos entre aquellos arrecifes de instantes y envueltos en esas redes de espuma, poco a poco nos adentrábamos en la vida siguiendo la fuerza de lo bello.  

Encontrar la belleza en lo más cotidiano marca nuestra sensibilidad, está en nuestro adn. Perseguirlo nos llama desde dentro. Quizá nacemos, por eso, con la mochila, el bastón y la actitud de peregrino, sabiendo que nuestro destino no es el escondite, o la soledad, sino el horizonte y la relación; sabiendo que es esa sensibilidad lo que nos salva del naufragio de nosotros mismos.    

Bien supo cantarlo India Martínez junto a Abel Pintos en el tema aquel, Corazón hambriento, cuando decía: “si no te vas te hago un sitio en este corazón hambriento. Tengo una vida para amar. Si no te vas tengo tardes de domingo y mil inviernos eternos. Si quieres, pasa adentro”.  

Y es que, entre lo más bello, lo que más perseguimos en la vida son las relaciones, esas que te alimentan por dentro, que te construyen cachito a cachito y que te acaban configurando como un mosaico de pedacitos de otros.  

Quizá sea eso lo que quiere decir que somos imagen y semejanza de Dios: que somos relación, que no somos solitarios sino Trinidad, que solo en la medida en que salimos de nosotros mismos y dialogamos y nos amamos. 

 Es esa sensibilidad la que nos salva de ser solitarios para ser solidarios y poder hacer así de nuestra vida un regalo para alguien, como alguien también lo fue para ti desde aquel preciso y precioso instante en que se unió tu vida con la suya. Como bien cantaba la copla aquella: es mi corazón, cometa, y en tu mano está el ovillo. 

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