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Comentario de la liturgia

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domingo 12 de julio

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por Javier Usoz

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Evangelio: San Mateo 13, 1-9

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«Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas:                                                                                         

“Salió el sembrador a sembrar.  Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron.  Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta”    El que tenga oídos, que oiga».

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«Salió el sembrador a sembrar»

[/vc_column_text][vc_column_text]Y sembró, sembró y sembró Clic para tuitear

En la Biblia, hay parábolas que Jesús explica, y otras que no. Como ésta es de las primeras, la mayoría de las interpretaciones que se han hecho son acordes con lo que Jesús mismo dijo cuando la explicó (ver los versículos siguientes 19-23). Faltaría más. Pero hoy, también podríamos ir más allá de reflexionar sobre qué tipo de tierra soy/somos, para fijarnos en el sembrador. ¡Qué generosidad la suya al sembrar! Tira semillas a derecha e izquierda, fuera del campo y entre las zarzas. Se le podría decir: “¡eh, tú!, no seas derrochón, que la semilla es cara, a ver cómo apuntas….” Pero también podríamos decirle: GRACIAS. Gracias por sembrar sin medida, gracias por sembrar donde parece imposible que nada crezca, gracias por haber depositado en el mundo y en cada uno de nosotros tal cantidad de semillas, latentes a menudo, pero fuente de crecimientos insospechados. Que también nosotros sepamos sembrar, sembrar y sembrar sin descanso. Y que, cuando no entendamos, cuando nos veamos inconstantes y sin raíces, ahogados por la aparente esterilidad de nuestras vidas y abatidos, podamos recordar  que  las semillas ya están sembradas desde que el Amor se hizo uno de los nuestros. Llenaremos nuestro saco de nuevas de semillas, y recuperaremos la ilusión por seguir sembrando.

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Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?».  Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.  Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.  Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.  Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen.  En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.  Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador:  si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.  Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe.  Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril.  Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

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