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Comentario de la liturgia

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domingo 10 de abril

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por Lucy Galván RSCJ

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MªLuz Galván rscj Alumna del Sagrado Corazón de Caballero de Gracia. Entré a la V.R. en 1960. Me he movido a lo largo de mi vida en educación, gobierno, formación y responsabilidades nacionales e internacionales en la Vida Religiosa. He trabajado también muchos años con las Congregaciones Femeninas de Espiritualidad Ignaciana y en acompañamiento espiritual. Actualmente en una comunidad de 7 hermanas, en Chamartín y responsable de grupos de Miembros  Asociados de la Sociedad S.C. en Madrid y Gijón. El deseo que me preside: que su Amor se comunique también a través de mi vida.

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Evangelio: San Lucas 23, 1-49

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Levantándose todos a una, lo condujeron ante Pilato. Y empezaron la acusación: 
   —Hemos encontrado a éste agitando a nuestra nación, oponiéndose a que paguen tributo al césar y declarándose Mesías rey. 
 
  Pilato le preguntó: 
   —¿Eres tú el rey de los judíos? 
   Jesús le respondió: 
   —Tú lo dices. 
  Pero Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: 
   —No encuentro culpa alguna en este hombre. 
  Ellos insistían: Está agitando a todo el pueblo enseñando por toda Judea; empezó en Galilea y ha llegado hasta aquí. 
  Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo; y, al saber que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, lo remitió a Herodes, que se encontraba por entonces en Jerusalén. 
 
  Herodes se alegró mucho de ver a Jesús. Hacía tiempo que tenía ganas de verlo, por lo que oía de él, y esperaba verlo haciendo algún milagro. Le hizo muchas preguntas, pero él no le respondió. 
  Los sumos sacerdotes y los letrados estaban allí, insistiendo en sus acusaciones. 
  Herodes con sus soldados lo trataron con desprecio y burlas, y echándole encima un manto espléndido, lo remitió a Pilato. 
  Aquel día Herodes y Pilato que hasta entonces habían estado enemistados, establecieron buenas relaciones. 
 
  Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo: 
   —Me habéis traído a este hombre alegando que agita al pueblo. Mirad, yo lo he examinado en vuestra presencia y no encuentro en este hombre ninguna culpa de las que lo acusáis. Tampoco Herodes, pues me lo ha remitido y resulta que no ha cometido nada que merezca la muerte. 
  Le impondré un castigo y lo dejaré libre. 
 
  [[Por la fiesta tenía que soltarles a un preso.]] Pero ellos gritaron a una: 
   —¡Afuera con él! Déjanos libre a Barrabás. Barrabás estaba preso por un motín en la ciudad y un homicidio. 
  Pilato se dirigió de nuevo a ellos, intentando dejar libre a Jesús; pero ellos gritaban: 
   —¡Crucifícalo, crucifícalo! 
  Por tercera vez les habló: 
   —Pero, ¿qué delito ha cometido? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Le impondré un castigo y lo dejaré libre. 
  Pero ellos insistían a grandes voces pidiendo que lo crucificara; y redoblaban los gritos. 
  Entonces Pilato decretó que se hiciera lo que el pueblo pedía. Dejó libre al que pedían, que estaba preso por motín y homicidio, y entregó a Jesús al capricho de ellos. 
 
  Cuando lo conducían, agarraron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres llorando y lamentándose por él. 
  Jesús se volvió y les dijo: 
   —Vecinas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegará un día en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, los vientres que no parieron, los pechos que no criaron! 
  Entonces se pondrán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a las colinas: Sepultadnos. Porque si así tratan al árbol lozano, ¿qué no harán con el seco? 
  Conducían con él a otros dos malhechores para ejecutarlos. Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, los crucificaron a él y a los malhechores: uno a la derecha y otro a la izquierda. 
  [[Jesús dijo: 
   —Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.]] 
   Después se repartieron su ropa echándola a suerte. 
  El pueblo estaba mirando y los jefes se burlaban de él diciendo: 
   —Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías, el predilecto de Dios. 
  También los soldados se burlaban de él. 
   Se acercaban a ofrecerle vinagre y le decían: 
   —Si eres el rey de los judíos, sálvate. 
  Encima de él había una inscripción que decía: Este es el rey de los judíos. 
  Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: 
   —¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. 
  Pero el otro lo reprendió diciendo: 
   —¿No tienes temor de Dios, tú, que sufres la misma pena? Lo nuestro es justo, recibimos la paga de nuestros delitos; este, en cambio, no ha cometido ningún crimen. 
  Y añadió: 
   —Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí. 
  Jesús le contestó: 
   —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. 
  Era mediodía; se ocultó el sol y todo el territorio quedó en tinieblas hasta media tarde. El velo del santuario se rasgó por el medio. 
  Jesús gritó con voz fuerte: 
   —Padre, en tus manos 
   encomiendo mi espíritu. 
   Dicho esto, expiró. 
  Al ver lo que sucedía, el centurión glorificó a Dios diciendo: 
   —Realmente este hombre era inocente. 
  Toda la multitud que se había congregado para el espectáculo, al ver lo sucedido, se volvía dándose golpes de pecho. Sus conocidos se mantenían a distancia, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea lo observaban todo.

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DOMINGO DE RAMOS

“Realmente este hombre era justo” La Pasión que escribe S. Lucas y vamos a escuchar y meditar en este domingo, tiene un enfoque particular: conduce a esta conclusión final. Jesús, el profeta galileo, es el justo. Como oyentes de la Palabra, a sus pies, permaneciendo en silencio, podemos contemplar al Cristo en el momento de su pasión y muerte y hacernos hoy ante Él la pregunta: ¿en qué consiste ese término tan traído y llevado en nuestro tiempo, qué es la justicia?  

En Él tenemos la respuesta: es el Justo. La justicia solo la podemos descubrir en Él. Es por tanto una invitación a releer la Palabra de manera completa, para que ella, nos pueda educar en lo que Dios considera como la verdadera justicia. Sin ello, las ideologías de un signo o de otro terminan por contaminar nuestra comprensión y vivencia. Y lo que importa al creyente es vivir una vida iluminada por la fe.  

Aquí algunas pequeñas indicaciones que nos pueden ayudar a mirar a Jesús, el Justo, en sus últimos momentos:  

  • El Salmo 45 aludiendo a Jesús, el Rey davídico, dice de Él: Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios con óleo de alegría entre tus compañeros. S. 45,8, palabras que recogerá la carta a los Hebreos Hb 1,9; La alegría es un fruto de la justicia que no se deja contaminar con el mal. Jesús, muere en la paz. 
  • En el huerto, Lucas nos presenta a Jesús manso y paciente, pero lúcido, en medio de la violencia de su prendimiento. Sus palabras “es vuestra hora”, son un indicador que alude al Misterio mayor que envuelve el hecho de su entrega a los perseguidores. La hora del poder de las tinieblas. Una alusión misteriosa a la lucha permanente en este mundo entre la luz y las tinieblas, entre la justicia y la iniquidad.  ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? 2 Cor 6,14. Sabemos que en Jesús la luz vence la tiniebla, aunque la tiniebla no lo recibió. Acoger, mirar y seguir a Jesús es permanecer en la luz. La fe es nuestra luz. 
  • Pilato y el mismo Herodes muestran al pueblo que no han hallado culpa en Jesús. Pilato repite por tres veces: “No he encontrado culpa en este hombre”. Lucas subraya el hecho de la condena injusta del inocente. 
  • Jesús, en la narración de Lucas, pronuncia en su momento final tres palabras importantes: Un perdón y disculpa conmovedora para quienes lo entregan al suplicio: el perdón más compasivo para la ofensa infinita. Una promesa misericordiosa y cumplida al ladrón creyente, (a todo creyente): “el que cree en Mí aunque haya muerto vivirá”. Y la confianza y entrega serena en las manos del Padre también en el momento decisivo de su muerte. “yo hago siempre lo que agrada a mi Padre”. 

 Los labios del centurión, un testigo pagano, nos descubren lo esencial del Misterio: En la Muerte y Resurrección de Jesús, el justo, el inocente, quedamos nosotros justificados. El Misterio de nuestra salvación, requiere que el justo perezca por el poder de las tinieblas para que nosotros seamos salvados por el triunfo de su justicia. “Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres… la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo, deseoso de bellas obras”. Tt 2, 11-14 

Meditar. Asombrarse. Agradecer. Adorar [/vc_column_text][vc_single_image image=»9570″][/vc_column][/vc_row]

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