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Comentario de la liturgia

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domingo 1 de noviembre

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por Paqui Rodríguez

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Evangelio: San Mateo 5, 1-12

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Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

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Jesús mirando a la humanidad que lo rodea, una multitud de personas que sufren, pobres, sencillos… y les habla de felicidad, de la felicidad de los amigos de Dios…

Llevamos mucho tiempo escuchando al Papa Francisco, invitarnos a mirar a “los santos de la puerta de al lado”, los que responden al mal con el bien, los que actúan con sencillez, no los de los gestos asombrosos sino los de los gestos generosos, los que ayudan a Dios, dice él, a llevar adelante este mundo.  

Son santos los que han activado y activan su energía por el Reino, por la justicia, los que han vivido y los que  viven la vida dando  todo su aliento por amor a los demás… En estos tiempos recios, que diría Sta. Teresa, “amigos fuertes de Dios”. A ellos, a esa multitud,  miramos hoy agradecidos.

 Acogemos su vida, la vida bendecida de tantos santos cotidianos que viven el camino de las bienaventuranzas hoy, los que nos enseñan de compasión con otros, de misericordia,  los sedientos de un mundo mejor,  los que miran con limpieza de corazón, los que se empeñan en relaciones de paz y liberación, los que son perseguidos por poner verdad y justicia en este mundo  nuestro tan necesitado de ella, los que dan un paso adelante por pequeño que sea…

Las bienaventuranzas nos sitúan en un lugar de horizonte al que nos llama el Evangelio, no nos dejan en una vida de “mínimos”. Nos llevan la mirada a un horizonte más ancho, más humano, más de Dios y más exigente también. Nos sacan del “amodorramiento” que nos decía una hermana nuestra hace unos días, mientras analizábamos nuestro tiempo… Hacerlas vida es a todo  cuanto estamos llamados y sí, hoy más que nunca, es nuestro Kairós…

No nos sitúa Jesús delante de una ley que se pueda medir en cuanto a cumplimientos o incumplimientos. Este modo de ser y estar en la vida al que nos invita es muchísimo más difícil de medir… ¿Cuán pobre de espíritu eres, o cuánta es tu mansedumbre o tu misericordia? ¿Cuándo puedes decir que lo has alcanzado, que lo vives a fondo…?  Y sin embargo, es que en esto del amor no necesitamos medidas, necesitamos mirar fuera, abrir la ventana de nuestra vida, reconocer nuestros panes y ponerlos enteros encima de la mesa, para que el Espíritu, que lo transforma todo, los haga alimento bueno al servicio de la vida de todos y especialmente de los más pobres y vulnerables de nuestro mundo.

Y entonces ya no necesitaremos preguntarnos cuán cerca o separados estamos de esta vida del Reino, porque entonces nos daremos cuenta de cuánta misericordia, mansedumbre, mirada limpia, paz, valentía y determinación, compasión y amor estamos recibiendo de vuelta…

Hoy, traemos nombres a nuestra oración…Los de tantos hombres y mujeres que nos han precedido, que acompañan nuestras vidas cotidianas y que son el espejo de cuanto necesitamos para ser felices… Sta. Magdalena Sofía, Sta. Rosa Filipina, especialmente hoy, rezad  con y por nosotras.

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