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Comentario de la liturgia

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domingo 1 de marzo

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por Ana Martín Peña

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Evangelio: San Mateo 4, 1-11

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En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: <<Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes>>. Pero él le contestó diciendo: <<Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios>>. Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: <<Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras>>. Jesís le dijo: <<También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.>>. Después el diablo lo llevó a una montaña altísima y mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: Todo esto te daré si te postras y me adoras>>. Entonces le dijo Jesús: <<Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorrás y a él solo darás culto>>. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.

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La plena humanidad de Jesús es inseparable de su condición divina, precisamente por esa especial relación que mantiene con el Padre, en quien pone su confianza y su fortaleza. Es así como Jesús nos invita a vivir la vida: poniendo nuestra confianza en Dios. No nos promete una existencia sin dolor, sin dudas o sin sufrimientos, exenta de tentaciones o inseguridades. Todas esas cosas son inherentes a nuestro propio desierto.  Pero nos asegura que Él nunca nos fallará, que en Él nuestra debilidad se hará fortaleza, que pondrá en nuestro camino personas y situaciones que nos sostendrán.

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