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Comentario de la liturgia

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domingo 1 de enero

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por Gabriel Castillo

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Párroco en Granada

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Evangelio: San Lucas 2, 16-21

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En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

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Pastores, pesebres, magos. Así se narró una extraña noticia; una noticia basada en hechos rurales. La gran noticia que nos dijo que hubo luz en una noche cerrada, y no solo en el cielo, sino a ras de tierra. La gran noticia de la claridad de una estrella que un día se unió a la que salía de un recién nacido. La gran noticia del día en que el cielo besó la tierra. Desde entonces se sabe que la oscuridad nunca será total en nuestro mundo; y que sí, que toda noche humana acabará siendo… buena.  

Bien lo supo el hombre aquel aun cuando todo apuntaba a lo contrario. Advirtió lo que había pasado. La cara de María, su mujer, reflejó un gesto de dolor. Contuvo su garganta para no gritar. Pero se llevó las manos al vientre y se estremeció su cuerpo entero. Meses antes había sentido algo similar, aunque aquello fue más parecido a un escalofrío, cuando fue rozada por la mano gélida de un ángel.   

  “Ya nos queda menos, María. Debes descansar cuanto antes” dijo José, su esposo, mientras seguían adentrándose en aquella extraña aventura. 

 Pero no solo José; fueron muchos más los que supieron ver en profundidad. Nos lo recuerdan nuestros belenes todos los años: hubo quienes supieron ver luz en aquella noche cerrada, y no solo en el cielo, sino a ras de tierra. La claridad de toda una estrella se eclipsó ante la luz que brillaba en un recién nacido aquella noche en la que el cielo besó la tierra.   

 Por eso, si al mirar a tu alrededor sigues encontrándote con personas que buscan en profundidad, como aquella virgen madre y su esposo; o si ves a personas que siguen dejándose sorprender por algo mayor, como aquellos vecinos de Belén, o si ves a personas que acogen a los desprotegidos, como aquellos pastores, entonces persuádete de que te has cruzado con los mismísimos vecinos reunidos en el establo de un poblado de Judea.   

  Porque la Navidad empezó una vez, pero no ha terminado. Y nuestro caminito de historias ordinarias es lo más parecido a un Belén viviente, donde la búsqueda honda, la capacidad de sorpresa y la hospitalidad fraterna son la luz de una estrella, de esa estrella que intenta vencer pacientemente a la oscuridad.  

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