[vc_row][vc_column][vc_column_text]

Comentario de la liturgia

[/vc_column_text][vc_column_text]

domingo 20 de febrero

[/vc_column_text][vc_column_text]

por Enrique Pendás

[/vc_column_text][vc_column_text]

Físico y matemático. Estudiante de doctorado y perteneciente a la comunidad Mag+s. Apasionado de Jesús, cuanto más aprendo de Él más me cautiva: su mensaje es realmente un “evangelio”, una buena noticia para todos

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

Evangelio: San Lucas 6, 27-38

[/vc_column_text][vc_column_text]

A vosotros que escucháis os digo: 
   —Amad a vuestros enemigos, tratad bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian. Al que te golpee en una mejilla, ofrécele la otra, al que te quite el manto no le niegues la túnica; da a todo el que te pide, al que te quite algo no se lo reclames. 
  Como queréis que os traten los hombres tratadlos vosotros a ellos. 
  Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a sus amigos. 
  Si hacéis el bien a los que os hacen el bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. 
  Si prestáis esperando cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan para recobrar otro tanto. 
  Amad más bien a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio. Así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados. 
  Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. 
 
  No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados. Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada, remecida y rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros. 

[/vc_column_text][vc_single_image image=»9361″][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]

La lógica del reino de Dios es sorprendente y asombrosa.  Rompe todos nuestros esquemas. ¿Amar a nuestros enemigos? ¿Prestar sin esperar nada a cambio? ¿Qué me estás pidiendo, Jesús? Vale, quizá hoy en día este lenguaje no resulta tan sorprendente, aunque sigamos sin ponerlo en práctica. Pero pongámonos por un momento en la piel de un judío que escuchase estas palabras por primera vez. 

En tiempos de Jesús, todo lo que un judío necesitaba para vivir en fidelidad a Dios eran la Torá (la ley) y el Templo. Cumplir la ley y visitar el Templo: eso es lo más importante y fundamental para agradar a Dios. En este contexto, las palabras de Jesús resultan escandalosas, porque esto ya no ocupa un puesto central. En el nuevo reino de Dios, lo importante no es contar con personas cumplidoras de la ley, sino con aquellas que busquen la verdadera voluntad de Dios y traten de actuar como Él. Aquel que no mata cumple la ley, pero si no arranca de su corazón la agresividad hacia su hermano, no se asemeja a Dios. Aquel que ama solo a sus amigos, pero alimenta en su interior odio hacia sus enemigos, no vive con un corazón compasivo como el de Dios. En estas personas reina la ley, pero no reina Dios; son cumplidoras, pero no se parecen al Padre. 

¿Nos va sonando de algo todo esto? ¿Cuántas veces seguimos cayendo en esta trampa? Pensamos en el culto a Dios como una serie de normas que hay que cumplir. Como si hubiese dos realidades separadas: satisfago a Dios con un cupo mínimo, respetando los mandamientos y yendo a misa los domingos, pero vivo mi vida cotidiana completamente al margen. Y así, nos convertimos en el estudiante que aprende la lección de memoria sin entenderla. Lo importante no es la lección, sino su espíritu. Un espíritu que nos tiene que acompañar en todos los ámbitos de nuestra vida. No existe un ámbito sagrado donde nos podamos ver a solas con Dios; no es posible adorar a Dios en la iglesia y vivir olvidado de los que sufren. El amor a Dios que excluye al prójimo se convierte en mentira. Amar a los enemigos, poner la otra mejilla, dar sin recibir… ya no son normas, sino actitudes de vida hacia un prójimo que también es amado por Dios.  

Está claro que seguir este modo de vida no es nada fácil, algunos incluso lo calificarían de imposible. Jesús nos anima a ello, no porque sea ingenuo o idealista, sino porque sabe que, en lo más profundo, lo realmente decisivo es el amor. Lo único profundamente liberador es amar como lo hace Dios, “que es generoso con ingratos y malvados”. Así, “será grande vuestra recompensa”. Y es que el bien se paga con más bien: “Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada, remecida y rebosante”. 

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

Ir al contenido