En aquel momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido. 

 “Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.” 

En la sencillez de la vida

Dios nos revela a sí mismo en Jesús y esto es una invitación a compartir la vida de toda la Santísima Trinidad. Jesús, regocijándose en la presencia del Espíritu Santo, glorifica al Padre, en su intención de “divinizar” al hombre y revelarle los misterios del Reino. 

Es Jesús a través del que se realiza nuestra unión con Dios, que impregna todo nuestro ser. 

En la sencillez de la vida, entregándolo todo a Jesús, entramos en una relación cada vez más profunda con Él que nos lleva a recibirlo todo de Él y, como Él, a amar la voluntad del Padre. 

Unión y conformidad con el Corazón de Jesús en disponibilidad a la llamada del Espíritu es nuestra espiritualidad, que, vivida con sencillez y sinceridad de corazón de cada una de nosotras es un don para la Iglesia y el mundo.

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