«En la memoria de la piel» reseña de Dolores Aleixandre rscj

en la memoria de la piel reseña de Dolores Aleixandre rscjAnuncio de un pack antiedad en el escaparate de una farmacia: Tu piel, tu historia. A esa misma conclusión llego yo al terminar de leer este libro. La razón de mi asentimiento es más honda: agradezco tener entre las manos un libro que me hace ver, sentir y hasta participar en lo que la vida con sus provocaciones, vaivenes, imprevistos, luces, sombras o penumbras, va dejando en la piel/historia de una mujer creyente.

Cada página y cada bloque – qué cabal la elección de sus nombres- van dando cuenta de todo ello y, como un atrapavientos que oscila ante la brisa más tenue, reflejan respuestas y asociaciones originales e insospechadas: “La vida, a poco que uno esté abierto y viva atento, ya se encarga de movernos en cualquier dirección – afirma la autora – como una danza, como un juego, como una peregrinación”.

El libro invita a ir más allá de lo que en la vida nos va rozando de manera fugaz, a eso que los creyentes llamamos epifanías: algo inesperado nos deslumbra y nos permite tocar y dejarnos tocar por Aquel que habita lo más profundo de lo real.

Las des-velaciones que van apareciendo son de procedencias múltiples: una noticia, una canción, un texto bíblico, un poema, un paisaje y hay que estar preparado y ágil para pasar de Ireneo de Lyon a Joaquín Sabina, de Teresa de Jesús a Pau Danés, de los guerreros sakura a Juliana de Norwich. A viajar de Turquía a la Toscana o a Taiwan, dispuestos a aprender de las cicatrices, los tsunamis, las fallas valencianas, los toros, la abuela con alzheimer o los vencejos.

En el lenguaje de su autora, recién doctorada en teología, las palabras e imágenes tienen la marca de la proximidad y sus preocupaciones – desde el anciano muerto de hipotermia en París a la supervivencia de sus plantas en verano- están conectadas con lo cotidiano, sin emigrar a ese dialecto de quienes, dentro de su intranet, se afanan por dar respuestas a preguntas que nadie les ha hecho.

Rosa habla de un Dios a la espera de la belleza que somos, de un Dios que “siempre nos lee bien”, que alienta nuestro potencial imparable, que está presente allí donde se apuesta por vivir.
Y decir todo eso con frescura, humor y sencillez es un don que solo se alcanza por ventura.

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