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El amor que se derrama
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Carta agradecida en la despedida de Lourdes Pintos
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No sería yo si no comunicase ese cachito de mi vida que compartí contigo. Siete años en Castillo del Romeral, a la vuelta de mi Probación, que marcaron el resto de mi vida, que formaron mi columna vertebral de mujer adulta, que me formaron como maestra de pueblo, que abrieron sin fronteras mi corazón y mi compromiso, que, como consecuencia de aquello, puedo ahora vivir feliz este tramo de mi vida en Haití.
Fueron años difíciles, tú, Ana María y yo lo sabemos, porque vivíamos sin hoja de ruta preestablecida, entre tanteos, intuiciones y riesgos.
Fueron años de sufrimiento porque no faltaron prejuicios ni condenas gratuitas. Pero sobre todo fueron años de entusiasmo, alegría y entrega generosa. Años de búsqueda comunitaria, de apertura al mundo pobre y sufriente con el que caminábamos buscando la esperanza y el sentido para colaborar con la construcción de un mundo más humano y más justo.
Años de aprendizaje diario, de descubrir la mejor manera de trabajar con tantos imborrables compañeros y compañeras que, perteneciendo a grupos y tendencias políticas tan diferentes, éramos capaces de unirnos para hacer avanzar la educación de calidad para los más pobres.
Aprendimos a compartir nuestra fe con la Comunidad de Base. Las celebraciones de los lunes en casa con aquel grupo de hombres, mujeres y jóvenes de buena voluntad y compromiso probado, siguen siendo un referente para mí. Cuando hablábamos de Lucha por la Justicia, hablábamos de lo que nos jugábamos cada día frente a las instituciones que querían mantener la ignorancia y el silencio del pueblo. Pienso en Manolo Medina, en Domingo y Ana, en Pablo y Margarita, en Conchi y Antonio, en Fefa la Pericona, en las hijas de Antoñito el guardia… imposible nombrar a todos los que fueron nuestros maestros en la fe y el compromiso por el Reino.
Años de ahondar profundamente en nuestra vocación y en las últimas consecuencias de nuestros votos. Años de oración comunitaria profunda, de discernimiento continuo. Años en los que tú te derramaste de una forma tan bonita, tan sencilla y tan valiente que no podré explicarlo en estos párrafos.
Si tuviera que retratarte subrayaría tu mirada profunda y paciente, tu sonrisa que ponía dulzura en las situaciones tensas, tus manos que sabían acoger, curar y perdonar, tu sabiduría para hacer propuestas constructivas y audaces, tu hondura que trasparentaba la Presencia que te habitó siempre.
Sé que soy lo que soy, en gran parte, por lo que viví entonces. Veo aquellos años como mi auténtico noviciado, como el lugar donde aprendí a orar lo cotidiano, a ser maestra de escuela, a crecer en libertad, a arriesgarlo todo cuando hace falta, a dar ese pasito adelante que nos hace levantarnos cada día para ganarnos el pan por muy difícil que estén las cosas. Y aprendí mucho más, pero no quiero hacer esta carta eterna.
Todo esto te lo cuento porque, en gran parte, tú lo hiciste posible. Tu presencia buena y engendradora de vida, se derramó por muchas partes, pero yo quiero recordarte hoy el cachito de tu vida que compartimos como una gran oportunidad y como una bendición.
Gracias, Lourdes, por el regalo de tu vida. Gracias por tu siembra, Gracias por tu cariño sincero. Me siento feliz por haber tenido el privilegio de convivir contigo.
Sigue bendiciéndonos. Haití no es ajeno a tus intereses. Hubieses sido muy feliz en este pueblo. Que el Dios de la Vida nos siga acompañando.
Matilde Moreno, rscj (Haití)
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