Confieso que durante mucho tiempo no me atreví a comentar las bienaventuranzas. Era una tierra demasiado sagrada para mí como para pisarla distraídamente. Me parecía que apenas tenía idea de lo que significaban, que no era capaz de comprender su secreto, y si ponía mi vida al lado de ellas me daba vergüenza sentir mi sensibilidad tan estrecha, poco cerca de aquellos a los que iban dirigidas. Hasta que en unos Ejercicios un jesuita me ayudó a recibirlas de otro modo. No midiéndome con ellas y sintiendo que nunca daría la talla, sino cómo dones de Dios, como dimensiones que Jesús completó en su vida y que se nos ofrecen como camino de humanización y de felicidad. Mirarle a él en ellas para aprender sus modos, para acoger tanta gracia en nuestra torpeza. Desde entonces me hace mucho bien recitarlas así: «Sólo Tu, Señor, eres manso, contágianos tu mansedumbre. Sólo tú, Señor, limpio de corazón, contágianos tu limpieza…». Ahora siento que caen como lluvia en primavera sobre mi tierra seca; como suave luz que me alcanza desde los rostros de todos los pequeños y abatidos.

Mariola López Villanueva rscj
EVANGELIO DIARIO 2019 – Edit Mensajero – Librería Claret

Imagen de Bernadette Lopez

Ir al contenido