Tres monjes tenían la costumbre de ir todos los años a la cueva del abad Antonio. Uno de ellos le preguntaba sobre el discernimiento, el segundo sobre la salvación del alma y el tercero, en cambio, callaba siempre y no preguntaba nada. Después de mucho tiempo Antonio le dijo: «Hace años que vienes aquí y nunca me has preguntado nada, ¿por qué?». Entonces el discípulo respondió: «me basta con verte, padre»… Me resonaba esta historia ante el pasaje del Evangelio de hoy. Si Jesús irradiaba a Dios, si todo su cuerpo se había vuelto un «hablar visible», si lo transparentaba cómo nadie lo había hecho, ¿Por qué a los suyos les cuesta tanto reconocerlo? Era demasiado normal, demasiado humano. Durante treinta años ha sido un hombre como los demás en Nazaret. ¡Está tan cerca de ellos que no pueden ver su don! Jesús nos enseña una manera diferente de mirar, no atada a la costumbre ni enturbiada por los prejuicios. Nos descubre a un Dios que actúa como no lo esperamos y a través de aquellos que no esperaríamos. Y tenemos que confesar que a un Dios así nos cuesta reconocerlo.

 

Mariola López Villanueva rscj
EVANGELIO DIARIO 2019 – Edit Mensajero – Librería Claret

Imagen de Pixabay

 

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