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Cuentas Pendientes. Reflexiones de una lectora reincidente de Vivian Gornick

Álvaro Sánchez. Me dedico a la Comunicación Corporativa. De niño, tuve la suerte de topar desde muy pronto con libros que me gustaron y aquí sigo, pasando páginas que ahora me apetece compartirte.

 

Cuentas pendientes, Vivian GornickVivian Gornick vuelve a publicar, con casi noventa años. Una de las novedades editoriales más inesperadas —y esperadas a la vez—, de uno de los paladines del movimiento feminista y la lucha de clases de los Estados Unidos durante el siglo XX. 

Piensa en esto: Si vuelves a leer un libro que leíste hace décadas y te encantó o disgustó ¿crees que seguirás opinando lo mismo? ¿Crees que te cautivará igual? ¿Habrá cambiado tu capacidad de identificarte con ciertos personajes?  

Periodista, activista, escritora. Gornick vuelve a las librerías con una obra cocinada durante el confinamiento pandémico con una propuesta culinaria cuyos ingredientes son a partes iguales la crítica literaria y el ensayo, logrando un caldo con sabor propio, que te puede gustar más o menos, pero que tiene un inconfundible aroma Gornick.

Cuentas Pendientes. Reflexiones de una lectora reincidente. Vivían Gornick vuelve a un lugar que no ha cambiado —los libros que marcaron su juventud—, para descubrir en qué ha cambiado ella misma. Es un libro que plantea preguntas: ¿son nuestras ideas inamovibles o van matizándose con el paso de los años? ¿Podremos tener una impresión diferente de una obra, un contexto social o un esquema de valores dentro de cincuenta años? Este libro es una introspección comparada entre juventud y veteranía, donde Gornick hace un juego de espejos que evidencia cómo van cambiando las opiniones con los años. Lo que en cualquier persona es un viaje de autoconciencia, en Gornick lo es además de valentía, por la especial pasión con que siempre ha defendido sus ideas. 

Cuentas Pendientes trata sobre la relectura. No es sorprendente encontrar cambios entre aquella joven lectora del Bronx de los años treinta del pasado siglo —un extrarradio tan urbanístico como social— y esta anciana lectora que vive acomodada ya en la fama y la comodidad. Dos realidades tan disonantes que comparten un hilo conductor: la lectura.

Leía para comprender aquello por lo que estaba pasando en cada momento y cómo pensaba tomármelo 

Es un libro valiente. Gornick expone mucho de sí misma en un ensayo tan sincero. Desde un buen principio, detecta —y reconoce—, en la revisita a estos libros, un sesgo ideológico en su primera juventud que impregnó todas sus vivencias y sus lecturas. El modo en que se relacionaba con el mundo estaba determinado por su conciencia de clase, como hija de judíos no creyentes, obreros y socialistas.

La Vivian de hoy ha cambiado el Bronx por Manhattan. Sigue siendo judía y atea, pero ya no queda nada de aquella infancia y juventud precaria. En este libro, tiene la valentía de tenderse en su propio diván y revisar a su yo joven. Ponerse frente al espejo de la propia vida dispuesta a ver el reflejo que le devuelve, es un gesto de osadía y peaje necesario si queremos ver cómo han evolucionado o cambiado las propias ideas.

El libro está escrito —como corresponde— en primera persona. Tiene el tono de confidencia y el grado de sinceridad que tal vez sólo podemos encontrar en autores que han pasado los ochenta años. Sociedad, feminismo, sexualidad, mujer, hombre y los recovecos de la relación entre ambos son los temas auscultados por la lupa de la escritora. 

Cada libro es hijo del tiempo en que fue escrito. Debe juzgarse en su contexto histórico o no se entenderá nunca. Con el lector sucede igual. Para Gornick, un mismo libro dejará una huella muy distinta en nosotros dependiendo del momento vital en que lo tomemos. Como dijo Krishnamurti «no vemos las cosas como son, sino como somos».

El feminismo es un punto constante en el ensayo. Tras tantos años, había gran interés por comprobar si en este nudismo personal quedarían al descubierto vaivenes en la postura de Gornick frente al feminismo. Si te vas a comprar el libro buscando una reflexión sobre el movimiento feminista actual por parte de un baluarte de las primeras luchas, déjalo en el estante y cómprate otro libro. No es un libro de acento político sino humano. Dice en alguna parte:

Al volver a muchos de los libros con los que me había criado, vi por vez primera que la mayoría de los personajes femeninos que los habitaban no eran más que monigotes carentes de sustancia y alma, que sólo estaban para impedir o propiciar las peripecias del protagonista, que hasta entonces no había caído en la cuenta de que era casi siempre un hombre

El libro es breve. Apenas ciento cincuenta páginas divididas en diez capítulos donde repasa sendos libros que leyó hace décadas, la mayoría en su vida universitaria. Su relato es el de una crítica literaria de la que va emergiendo ese ensayo sobre su propia identidad. Es una obra dual, mitad ensayo, mitad crítica literaria. La parte de ensayo es de una riqueza notable, la de crítica literaria exige compartir un itinerario lector similar al suyo o te verás leyendo sobre obras que desconoces. Sin embargo, Gornick hace gala de su sentido narrativo para alcanzar al lector que no ha leído los diez libros la totalidad de las tesis que quiere presentar en cada fragmento. Aunque no hayas leído alguno de los libros que reseña, la autora se asegura de que te ubiques perfectamente en el contexto y la secuencia. Eso se puede interpretar como un ejercicio de asistencia, para eliminar las barreras literarias y asegurarse de que llegas al meollo de la cuestión, lo que a mi parecer es muestra de una cierta jerarquía interna donde el ensayo tiene más valor que la propia crítica literaria que es el vehículo en el que viajan los argumentos y el hilo argumental para llevarnos a la tesis del ensayo: que las ideas propias se matizan o cambian con los años, incluso las más apreciadas. 

A medida que relee, se identifica con nuevos personajes. No tanto por la edad sino por el aprecio de rasgos que pasaron inadvertidos en una primera lectura:  

Había sido yo, como lectora, quien había tenido que viajar hacia el significado más sustancioso del libro.

Un ensayo escrito con denuedo. Un guiso cocinado a fuego lento, a veces, con una cocción de medio siglo:

Cuando me dio por releer estos libros por primera vez en medio siglo, la experiencia me resultó desazonadora. Ocurrió lo que menos me esperaba: salí con el mal sabor de boca de los sentimientos corregidos (…) a la luz de un saber que solo los años de vida pueden dar.

Identifica la madurez con una sabiduría más lúcida, pero humilde. La autora reconoce un pulimento en el paso de los años, pero aún se sabe sujeto de defectos propios de la intelectual que ha sido: «mi comprensión de adulta no parece liberarse de la herida narcisista» 

La identidad tiene un papel relevante en el ensayo. Es una parte importante de su propio descubrimiento de sí misma y llama la atención su propia visión del ser judía en Estados Unidos respecto a serlo fuera, especialmente en Israel. Bosqueja una persona que no se siente cómoda en la cultura que habita, pero que reafirma reconfortada a partir de una visita que realiza a Israel en los años setenta. 

Allí conoció al célebre A.B. Yehoshúa. Este escritor de relatos que gozaba de gran admiración no pudo causarle peor impresión. La comparación entre Estados Unidos e Israel es el momento más crítico y mordaz de todo el libro:

En los últimos tiempos me he visto reflexionando sobre este extenso corpus de obras escritas por estadounidenses en las que la condición de ser judío o la «judeidad» fue central (…) Como hija de judíos ateos (…) como mujer, me revolvía al verme en un país más sexista que el mío; por otra parte, hija como era de la mentalidad individualista de Estados Unidos, me veía incapaz de superar el exacerbado tribalismo de aquella cultura

Entonces ¿qué pinta Yehoshúa en este libro? Ser la excepción que confirma la regla. En los años de su juventud, Gornick mostraba cierta tendencia a la admiración con sus escritores preferidos —idolatría en el caso de las escritoras—, que con los años va recibiendo un barniz de discrepancia que los baja del pedestal, no pocas veces con cierta acidez. 

Con Yehoshúa recorre el camino inverso. Le parece un imbécil cuando lo conoce: «se afanó en bosquejar la imagen de mi vida en los Estados Unidos como una vida en peligro en una nación cristiana que, en cualquier momento, me daría la espalda» y se lo continúa pareciendo hoy: «Todavía hoy, con una voz emponzoñada de desdén, brama cada tanto, cual profeta de la Antigüedad, que solo los israelíes son judíos absolutos. Los demás judíos son judíos a medias: judíos que se ponen y se quitan su judeidad como si fuera una prenda de ropa, según el tiempo que haga en el país donde residen». Pero en su caso, con los años, ha sido capaz de dar una oportunidad a sus textos, para descubrir una literatura plena de sensibilidad que casi le parece impropia del patán que ella conoce. La tolerancia y el saber ver talentos incluso en las personas menos apreciadas como signo de la edad. 

La vida es cambio. El cambio, además será inesperado, contra todo pronóstico.

Natalia Ginzburg es la autora que permanece. Le produjo lucidez leerla en su juventud y se la sigue produciendo al leerla hoy. A Ginzburg le debe su vocación como ensayista y su aprendizaje en el género. Las alusiones a «Mi oficio» de la escritora italiana, son de lo mejor del libro. 

Subyace la idea de la debilidad de nuestras propias opiniones. Esto es constante en toda la obra: «Hace unos años una conocida crítica literaria escribió un artículo sobre un libro que acababa de volver a leer por primera vez desde su publicación cinco años atrás. Contaba que se había quedado asombrada por lo bueno que era el libro y consternada por la ferocidad con que lo había criticado cuando se publicó» 

Qué bueno es someter a revisión nuestras opiniones ¿no? Puede ser saludable, cada cierto tiempo. Si algún aprendizaje nos llevaremos de este libro, será este. Los años nos modulan, desde una juventud que necesita certezas absolutas para asirse y evitar el vértigo, a una vejez ya sin miedo al matiz y a la duda. En una ocasión, cuenta Gornick que fue al cine a ver una película inspirada en el libro Regeneración de Pat Barker donde la sala estaba llena de jóvenes que daban muestras de tener una impresión totalmente distinta de lo mismo que ella estaba viendo: «Me volví en mi asiento y vi, en las caras a mi alrededor, la clarividencia sencilla e irreductible que yo había sentido en otros tiempos. Tenían la verdad, sabían quién era el enemigo, sentían la justicia de su causa: sin matices, complejidades ni reconsideraciones.» La madurez lúcida es más reticente a darle valor absoluto a las ideas propias, que tantas veces ha visto ya deslustradas.

Hasta ahora no me había dado cuenta. Esa es la frase que parece dar feracidad a todo el pensamiento que vuelca en el libro. Una reflexión inteligente que viene de una persona que ha sido el paradigma de la lucha por las libertades e igualdades en algunos compases de la historia y que aquí, lanza afirmaciones como: 

Al servicio de la lucha de clases (o, ya puesta, por los derechos de las mujeres), he experimentado numerosas veces esos sentimientos tan deliciosamente afilados que tenía Billy siempre que burlaba a la autoridad, y sé que, cuando eres presa de ellos, te imaginas osada, libre, liberada. Pero la libertad sin matices no es libertad ni es nada. Son los matices los que nos hacen actuar como seres humanos civilizados, incluso cuando no nos sentimos como seres humanos civilizados. Si eliminamos todos los matices, nos queda solamente la vida animal; en otras palabras, la guerra

Un libro que te invita a releer otros. Los que te gustaron mucho y los que te disgustaron, especialmente estos últimos: 

No me importa que el hecho de haber leído solo una vez un libro pueda haberme llevado a ensalzar una mediocridad —puedo vivir con ello—, pero al revés… Eso me oprime el corazón.

Si con el poeta H. Heine quedó escrito que «allí donde se queman libros, al final también se acaba quemando gente» con este ensayo, Gornick parece decirnos que allí donde vuelve a vivir un libro, revive también una persona: el propio lector. Sabiendo que la lectura es siempre contingente, fruto del contexto y de la persona en cada momento. 

En lo personal, no es mi ensayo preferido. Me deja en alguna parada entre el disfrute lector y la desconexión. Tal vez deba seguir el consejo de Gornick con su propio libro y hacer relectura dentro de unas décadas, no sea que, como Vivian, también mi yo venidero abrigue nuevas impresiones o haya matizado las que hoy me deja.  

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