Cuaresma | Orar para agradecer 

Necesitamos orar, no para que Dios nos dé (pues Él se nos está dando contantemente) sino para ser conscientes de cómo se nos da y con cuánto amor acompaña nuestra vida. Necesitamos orar para descubrir esas bendiciones disfrazadas que están escondidas allí donde estamos.

Hay un relato que siempre me ha llamado la atención. Está en el capítulo diecisiete de Lucas. Va Jesús de camino y le salen al encuentro diez leprosos. Podemos reconocernos entre ellos porque a todos en el viaje se nos va pegando algún tipo de «lepra»: esas realidades que nos hacen sufrir, nuestros miedos, nuestra torpeza para amar bien, el autocentramiento, la incoherencia… La cuaresma nos ayuda a poner verdad en nosotros, en nuestras zonas de sombra, a poner lucidez sobre la propia vida y, desde ahí, pedir misericordia: abrir lo más necesitado de nosotros mismos al amor liberador e incondicional de Dios.

Para poder desplegar el amor con los demás necesitamos acogerlo primero, sobre todo en aquellos aspectos nuestros más frágiles: heridas, torpezas, frustraciones…Jesús les toca: «y mientras iban de camino, quedaron limpios».

El camino de la cuaresma es un camino para sanar. Y cuando comenzamos a salir del atasco de la herida, brota la gratitud. Es la cualidad de que la herida va quedando curada. Uno de ellos «Viendo que estaba curado, se volvió agradecido»… pero «¿dónde están los demás?», se pregunta Jesús.

Cuando comenzamos a salir del atasco de la herida, brota la gratitud Clic para tuitear

Diez leprosos fueron curados y sólo uno lo reconoció: «viendo»…tomó consciencia de lo que Jesús había hecho por él y apareció la gratitud.

El narrador tiene cuidado en señalar que el que volvió para dar gracias era samaritano, es decir, era del que menos se 6 esperaba. ¿No hemos experimentado en muchas ocasiones que son los pobres y pequeños los que nos enseñan gratitud?

El agradecimiento nos pone en nuestro verdadero lugar de criaturas. A través de la gratitud recreamos nuestro sentido de pertenecer a los demás. La gratitud es posible cuando somos capaces de aceptar conscientemente que necesitamos de otros seres, que la vida es dar y recibir. Todo cuanto somos lo hemos recibido. No podemos nada solos.

Nos adentramos en el relato de Lucas, con los rostros con los que compartimos nuestro día a día.

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Lc 17, 11-19: Los diez leprosos. Crecer en gratitud

  • ¿Cuáles son en este tiempo mis «lepras»? Pido el don de poner verdad en mi vida. -Respiro la oración del corazón: «Señor, Jesús, ten compasión de mi». Descanso en esta compasión y llevo ahí otras vidas.
  • «Se postró a los pies de Jesús dándole gracias». Pasar un tiempo largo en ese movimiento. Saber dar gracias en todo.

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La gratitud nos devuelve a aquel deseo de Noemí hacia Rut: «hija, quiero buscarte un lugar donde vivas feliz» (Rut 3,5). Ese lugar donde Noemí quiere llevar a Rut, donde Dios quiere llevarnos a cada uno, lo hacemos posible cuando en lo más sencillo y cotidiano vamos construyendo con otros una vida agradecida donde el amor se va concretando y desplegando.

Las tres sendas nos están ofrecidas en la sabiduría de nuestra tradición: ayunar para sanar, darnos para bendecir, y orar para crecer en agradecimiento. Pero hay algo que necesitamos tener presente en cada una de ellas: es Otro quien se acerca primero, quien toma la iniciativa en el amor, quién nos toca y nos hace madurar allí donde estamos. Simone Weil nos lo recuerda de un modo muy sencillo: «El esfuerzo muscular realizado por el campesino sirve para arrancar las malas hierbas, pero sólo el sol y el agua hacen crecer la cosecha».

La gran invitación de este tiempo de cuaresma es desbrozar, junto a otros, las «malas hierbas» que se nos acumulan y girar confiados nuestra vida, tal y como está, al sol y al agua de su Amor.

1 Comentario

  1. Marinela Castillo Soto

    «Señor, ten compasión de mí»…

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