Cuaresma | Dar limosna para bendecir

De igual modo que al ayunar, también se da gran importancia en la tradición judía, musulmana y cristiana, a la práctica de la limosna con quienes pasan necesidad como el gesto en el que se verifica la calidad de la vida espiritual. Lo importante no es la cantidad de lo dado sino la actitud del corazón. Aprender a abrir nuestra mano. Dice un proverbio: «el que quiera recibir en su interior ha de dar externamente», porque el hecho de ofrecer algo exteriormente nos hace capaces de abrirnos también adentro.

Hay un relato del Evangelio que me es muy querido en el capítulo doce de Marcos. Jesús está con sus discípulos en el templo y ve a unos ricos que echan mucho en el cesto de las ofrendas. Contempla también a una mujer viuda que apenas echa nada, casi nada, pero la mirada de Jesús reconoce que ella le muestra algo de parte de Dios. Él agradece y resalta su gesto y su generosidad. Apenas posee nada pero ha abierto del todo su mano, no ha retenido, no se ha guardado nada, se ha ofrecido a sí misma, pues ha entregado todo cuanto tenía para vivir. Se trata de una mujer anónima que a Jesús le lleva al Abbá por el modo en que practica la limosna.

Necesitamos caer en la cuenta de la oportunidad de tantos gestos pequeños en lo cotidiano con los que podemos bendecirnos unos a otros. Cuando compartimos estamos diciendo juntos que hay para todos y restablecemos el equilibrio: entre todos podemos tener suficiente para vivir. Por una mano recibimos y por la otra damos y cuanto más ofrecemos más se ensancha nuestro recipiente para acoger. Etty Hilessum escribía en unas condiciones durísimas cuando era conducida al campo de concentración: «Tú que me has enriquecido tanto, Dios mío, permíteme también dar a manos llenas».

Por una mano recibimos y por la otra damos y cuanto más ofrecemos más se ensancha nuestro recipiente para acoger Clic para tuitear

En este tiempo se nos invita a darnos nosotros mismos mediante un gesto, un apoyo afectivo, una ayuda. Mostrar calidez, bendecirnos en nuestro modo de servirnos unos a otros. Se trata de tener las manos abiertas, de salir del propio autocentramiento (de lo mío y mis necesidades) y de caer en la cuenta de qué es lo que necesita el otro, y ofrecerle atención y aprecio. Sin dar y recibir de los demás no podemos hacer con sentido y contento nuestro viaje. Una mujer alemana que compartió con los refugiados alimentos, ropa, medicinas y, sobre todo, presencia, expresaba: «no sabía que me iba a sentir tan feliz de poder vivir esto…Cuánto recibo…». Son gestos que humanizan la vida y nos dan la posibilidad de bendecirla. Una mujer inmigrante de Senegal le decía a una mujer de Gran Canaria que iba a Cáritas a la parroquia, «me han dado mucho desde que llegué a la isla, pero eres la primera persona que ha llorado conmigo».

Nos ponemos también nosotros junto a esta mujer viuda, con pérdidas, para poder aprender de ella como hizo Jesús.

Mc 12, 38-44. Compartir no sólo lo que tenemos sino lo que somos

  • ¿Qué generosa he sido hoy con mi tiempo, con quién he prodigado una palabra amable, un rato gratuito, una atención, una sonrisa…?
  • ¿Qué puedo compartir de lo que tengo?
  • ¿Me he dejado bendecir por otros? ¿A quién me he regalado hoy?

La cuaresma es un tiempo para crecer en generosidad y estar disponibles para el otro, no sólo con lo que damos sino con nuestra calidez en la manera de darlo.

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