Sumergirme en la Palabra

La editorial Buena Prensa (México) le pidió a Clara Malo Castrillón, rscj los comentarios a los evangelios de todo el año 2022. El tiempo de confinamiento facilitó esa inmersión en la Palabra y en esta experiencia que ella misma nos comparte.

Hace año y medio me llamaron de Buena Prensa, la editorial de los jesuitas en México. Querían lanzar para 2022 un proyecto de comentarios al evangelio diario, similar al que se publica en España desde hace varios años y me proponían escribir esta primera edición. La idea sonaba abrumadora, pero no me pude resistir. Recordaba perfectamente la voz de Mariola diciéndome “fue precioso escribir (el de 2019), pero 365 son muuuuuchos comentarios…”

Como estábamos pleno confinamiento (esto era mayo del 2020), calculé que tenía delante unos dos meses en los que podía adelantar la tarea. No sabía que, para bien o para mal, iba a poder dedicar los siguientes ocho meses a rumiar el evangelio y a escribir sobre ello.

En el camino, fui haciendo algunos descubrimientos, quizás evidentes, pero que fueron importantes para mí. El primero, que la Palabra de Dios en la liturgia nos viene dada, y siempre tiene algo qué decirnos. Es verdad que algunos textos son como un espejo, en el que podemos preguntarnos: ¿Soy yo esta persona? Otros traen invitaciones directas, que casi no necesitan un comentario, como aquello de “lo que habéis recibido gratuitamente, dadlo gratis”. Pero hay textos “difíciles”, esos que iba yo dejando para el final, que luego resultaban todo un descubrimiento.
Otra cosa eran los evangelios repetidos. Esos que escuchamos un domingo, y pocos días después volvemos a escuchar porque es la fiesta de Santa Algo, y al mes siguiente se repite por quién sabe qué razón. ¿Cuánto puede decirse del texto de Marta y María, por ejemplo? ¿Y de la parábola del sembrador? ¿Y de la multiplicación de los panes? Y sin embargo, en cada momento puede que nos digan algo distinto.

Así, el evangelio se fue trenzando poco a poco con la experiencia de la pandemia, con las noticias que escuchaba, con las conversaciones cotidianas e incluso las series de Netflix que veía en casa de mi familia. Cuando evoco el largo confinamiento del 2020, me veo a mí misma en una mesa frente al jardín, escribiendo. Fue un regalo de Dios, y me siento profundamente feliz de poder compartirlo con otros.

Clara Malo Castrillón, rscj

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