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carta de San Pablo a los hermanos de San Juan de Dios de España

Carta de San Pablo a los hermanos de San Juan de Dios de España

Por Olaya Mayans, rscj

LATIDOS junio 2021

Esta carta pseudopaulina ha sido un trabajo de Olaya Mayans para la asignatura de Teología Cartas de San Pablo. El ejercicio consistía en tratar un tema de actualidad imitando el estilo literario de Pablo y reflejando su teología y visión del ser humano. Sin duda, la Ley Orgánica 3/2021 de regulariación de la eutanasia supone un antes y un después en nuestra sociedad, que no solo interpela nuestro sentido ético sino el nivel más profundo de la conciencia y la fe. Aunque por parte de la clase política no se ha fomentado un debate público acerca de la regularización de la eutanasia, para cada uno de nosotros es un importante situarnos ante esta problemática, que toca de raíz nuestros valores. Eso es lo que pretende provocar esta carta, desde el convencimiento de que Dios se conmueve de modo especial con el cuidado de la vida vulnerable.

Pablo, moribundo a los ojos del mundo pero vivificado por el espíritu de Cristo y apóstol por la gracia saludable de Dios, a las comunidades de los hermanos de san Juan de Dios de España, llamadas a ser santas y dar testimonio del cuidado providente de Dios a los enfermos, especialmente a los aquejados de padecimientos incurables. A vosotros gracia y paz de parte de Dios, padre de vivos y muertos, y de Jesucristo, Señor nuestro.

A Dios no ceso de dar gracias por vuestra incansable labor en favor de los desahuciados por la medicina que únicamente persigue la curación de los males corporales y quisiera, hasta donde me sea posible, afianzaros en la convicción de que la vida de toda persona y en cualquier circunstancia merece ser cuidada y asistida, hasta el final de su existencia terrena. Dios se conmueve y complace de modo especial con el cuidado de la vida más vulnerable.

A la vez que os expreso mi más sincero afecto y reconocimiento por la tarea que lleváis a cabo, quiero también que sepáis que me ha sorprendido y apenado la turbación que ha suscitado en algunos de vosotros la reciente aprobación de la ley de regulación de la eutanasia en España. ¿Acaso el carisma que caracteriza a vuestra congregación no consiste en el cuidado del enfermo desvalido y moribundo, hasta el final de sus días? ¿No ha sido ese, desde el principio, el sello del espíritu en vosotros, vuestro don para la vida de la Iglesia y el mundo?

Queridos míos, aunque soy consciente de lo inquietante que puede resultar la nueva situación legislativa que en breve será realidad en vuestro país, os exhorto a que os mantengáis firmes en la defensa del cuidado de la vida y el rechazo de la eutanasia. Como sabéis, no hablo de tratar de evitar la muerte a toda costa, sino de cuidar la vida haciendo uso de los recursos de los que disponemos, hasta que estos dejan de ser proporcionados a las fuerzas con que Dios mismo ha dotado a la naturaleza de la persona, según cada caso. Muchos defensores de la eutanasia la califican como “muerte digna”  confundiendo, a mi parecer, dignidad con capacidad de decisión.

Resulta claro el hecho de que para quienes suscriben la licitud de la eutanasia y apoyan su legalización, el gran escollo frente a la muerte es el sufrimiento que puede precederla y acompañarla. Desde luego que no podría ocultaros, aunque lo pretendiera, la dureza de los padecimientos que en esta vida podemos llegar a experimentar, ya sea en el cuerpo o en el alma. Cuando la enfermedad se apodera de nuestros sentidos, el dolor ruge en nuestro interior como un león rugiente de cuyas zarpas parece imposible escapar. Conocéis de qué os hablo, pues aunque algunos no tengáis experiencia de ello en vuestra propia carne, todos habéis asistido a muchos enfermos en momentos de extrema aflicción. Yo mismo he experimentado la lacerante amenaza de insoportables dolores y en no pocas ocasiones me he hallado al borde de la muerte, como abandonado de los hombres en la inmensidad del desierto, atenazado por un sol implacable.

Pues bien, hermanos, el desierto puede ser un lugar privilegiado para reconocer, en lo más profundo de nuestro corazón, la fidelidad con que Dios nos ama, aún en nuestra indigencia y rebeldías. En el desierto, el mismo profeta Elías imploró la muerte diciendo: ¡Ya es demasiado, Yahvé! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres! Fue entonces cuando, asistido por un ángel que le tocó: se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta llegar al monte de Dios, el Horeb. Sabed, mis queridos hermanos, que vosotros sois ese ángel de Dios cada vez que asistís al enfermo en su desesperación.

Quizá podéis preguntaros si la asistencia al enfermo en sus necesidades y deseos puede en algún caso concretarse, cuando el paciente así lo pida, de forma reiterada y disponiendo de plenas facultades mentales, provocar intencionadamente su muerte. ¡Cuidado! En este punto os exhorto a que consideréis la verdadera petición que fundamentalmente motiva la solicitud de eutanasia. No os dejéis engañar por argumentos ambiguos ni medias razones que mueven a compasión, pero a una compasión parcial. Quiero preveniros para que consideréis que lo que el enfermo en realidad desea no es propiamente morir sino dejar de vivir sufriendo al resultarle insoportable la vida.

Entonces, ¿cómo atender al moribundo que pide morir para dejar de sufrir? Vosotros sabéis, mejor que yo, la inestimable ayuda que los cuidados paliativos suponen para el enfermo cuando la medicina ya no puede ofrecer curación. Vuestras instituciones son referente en cuidados paliativos de calidad, de incalculable valor para los enfermos y sus familias, más si cabe en estos tiempos. Quiero también subrayar que, junto a los tratamientos médicos que modulan el funcionamiento de los órganos, el cuidado espiritual es el mayor bien que podéis brindar.

eutanasia Olaya Mayans rscjComo busca la cierva corrientes de agua, así te anhela mi ser, Dios mío, reza la Escritura. Como cierva que se adentra en la espesura del bosque en pos del frescor que conduce al manantial, el enfermo anhela la vida saludable que es Cristo mismo. No permitamos que nuestros hermanos sufrientes sean privados de la sed que conduce al manantial y aviva el deseo de beber de él. El tiempo final de enfermedad, resulte corto o largo a los ojos de nuestro limitado juicio humano, es una preciosa ocasión de preparar el corazón para el encuentro definitivo con quien es todo en todos.

Sin duda atemoriza el hecho de que la muerte sea un tránsito sin retorno y muchos se dejan atenazar por el miedo a lo desconocido y quedan presas de la angustia. Que no sea así entre vosotros, mis queridos amigos en el Señor. Antes bien, renovad vuestra fe y confianza en Dios, que al dejar este mundo nos acogerá en su eterno abrazo, como expresa nuestro hermano y compañero en la fe, José Luis Martín Descalzo:

Morir sólo es morir. Morir se acaba.

Morir es una hoguera fugitiva.

Es cruzar una puerta a la deriva

y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;

ver al Amor sin enigmas ni espejos;

descansar de vivir en la ternura;

tener la paz, la luz, la casa juntas

y hallar, dejando los dolores lejos,

la Noche-luz tras tanta noche oscura.

Muy queridos hermanos, por la estima con que sé que consideráis mis palabras, os ruego que os mantengáis firmes en la defensa del valor de la vida, misteriosamente acompañada por Dios en cualquier circunstancia. Antes que privar al moribundo de la posibilidad de prepararse para el encuentro con Aquél de quien recibió la vida, ofrecedle vuestra ayuda para recorrer el último tramo del camino.

Especialmente en una sociedad cada vez más utilitarista, vuestra labor es no solo valiosa sino muy necesaria. Vuestro servicio a la Iglesia y el mundo, una vez que la nueva situación legislativa se concrete en la práctica, también podrá consistir en prestar atención a la “pendiente resbaladiza” en que puede entrar la valoración de la vida humana que compartimos como sociedad.

Dios, que inspiró en vuestro fundador Juan de Dios el carisma de la hospitalidad y el cuidado de los enfermos, os llene de su gracia para que sigáis asistiendo a los pacientes que necesitan de vuestros maternales cuidados y paternal protección.

Contad con mi oración y la de tantos hermanos y colaboradores que reconocen en vuestra labor hospitalaria un testimonio creíble de fe, esperanza y amor. De parte de todos nosotros, saludaos con el beso santo y sentíos reconfortados por nuestro profundo agradecimiento e incondicional oración. Que la gracia de Dios, fuente inagotable de vida, habite siempre en vosotros y os bendiga con su paz.

Referencias

1 Re 19, 4

1 Re 19, 8

Sal 42 (41), 2

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