Betlemitas por el mundo por Dolores Aleixandre, rscj

Por seguir en la onda de la carta de mi arzobispo José Cobo, le doy vueltas a su frase «cada pesebre es nuestra matriz», afirmación rotunda que suena preciosa pero que, justo por eso, corre el peligro de ir a parar disecada al repertorio de las felicitaciones navideñas.

Dolores Aleixandre rscj Normalidad en GalileaAgarro la frase por una de sus esquinas y la sacudo para que vaya perdiendo el almidón y, según se vuelve más flexible, empieza a decir cosas concretas. Por ejemplo: lo mismo que los sevillanos enseñan su Giralda y los burgaleses su catedral, quienes nos apuntamos a betlemitas -gentilicio de libre adopción- enseñamos con orgullo nuestro pesebre con lo que eso supone de desmontaje de viejas ideas sobre lo bello, lo eficiente o lo exitoso. Y lo mismo que la ciudad de Rosario se enorgullece de haber sido matriz de Messi y los de Aracataca de García Márquez, nosotros podemos considerarnos nativos de Belén por adopción, aunque luego marquemos las diferencias: ahí están, sin ir más lejos, Isabel Díaz Ayuso y Manuela Carmena, hijas del pueblo de Madrid y cada una con su perfil.

Otra consecuencia de nuestra denominación de origen: si nos consideramos betlemitas, pasamos a ser paisanos/as de los pastores de Belén, gente fabulosa; pero también del posadero, nada es perfecto y en todas las familias hay una oveja negra.

A los betlemitas/posaderos se les reconoce en seguida por su rechazo cerril a todo lo que esté del otro lado de su puerta: “Si abro se me colarán en casa los enemigos de la indisoluble unidad de la nación, que ya están avisando desde Intereconomía de una conspiración para infiltrar en el Gobierno a gente LGTBI, a terroristas musulmanes y a climáticos insufribles, tipo la Greta esa tan rara. Eso sin contar con freírnos vivos a impuestos, destruyendo así los valores esenciales del occidente cristiano. Con otros papas vivíamos mejor, con otros cardenales también, y no me tire de la lengua que no me quiero señalar no sea que perjudique a mi negocio”.

Del perfil pastor-de-Belén tenemos datos interesantes: que estaban vigilando de noche a la intemperie, sin conexiones ni pantallas, pero conscientes por propia experiencia de cómo crecía la desigualdad, qué poco les cundía la paga y de que, si tenían diez ovejas, tendrían que vender ocho para acceder a un techo estable, por no hablar de la inflación del precio de los piensos y del aceite de los candiles. Así que allí estaban al abrigo unos de otros, dándose calor y suelo, contándose penas y alegrías, partiendo el pan de la hospitalidad y rescatando del olvido viejas frases amenazadas: “Hacemos sitio en mi casa”, “Cuéntame de tu país…”, “¿Y si lo hacemos juntos?”, “Vente a charlar sin prisas”, “¿Qué apoyo necesitas?”. Juntos espantaban los mensajes de nuevos lobos disfrazados de ovejas: “Tú y los tuyos primero”, “Exige la calidad que mereces”, “Libertad y ganas ¿vas a conformarte con menos?”, “Tienes derecho a la felicidad”, “No pienses, siente y déjate fluir”, “Defiende la dignidad de tu gato”.

Estaban despiertos a medianoche, dando oscuro crédito a las antiguas promesas que anunciaban a un Dios adveniente e inesperado, un Dios capaz de deslumbrar con su luz la penumbra de lo cotidiano, de rebasar lo previsible y derretir con su presencia la corteza dura del desánimo. Un profeta nacido en Belén se había atrevido a anunciar: “Precisamente tú, pequeña Belén, vas a ser la matriz del Gran Pastor de Israel”.

“¡Va a ser que ya está aquí, vamos!” dijeron los pastores al oír el anuncio disparatado de los ángeles. ¡Vamos! siguen diciendo hoy los betlemitas sin papeles, especialistas en descubrir esas maravillas que la inteligencia artificial no detecta: gloria en el desamparo de una cuadra, dignidad y belleza en tantas vidas insignificantes, victoria invisible de los convencidos de que la paz es posible y que no se rinden a pesar de las derrotas.

Encontraron al Niño y “se volvieron glorificando a Dios”. Junto a ellos caminamos también hoy muchos betlemitas iluminados por la misma luz y animados por la misma energía.

Avanzamos a tientas en la noche cerrada, cuidando unos de otros, atentos sobre todo a que no se apague la candela de la Gran Alegría que llevamos encendida en nuestras manos.

Fuente: Alandar.org

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