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Beltenebros

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Álvaro Sánchez. Me dedico a la Comunicación Corporativa. De niño, tuve la suerte de topar desde muy pronto con libros que me gustaron y aquí sigo, pasando páginas que ahora me apetece compartirte.

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Beltenebros, es un título de inspiración cervantina ¿Recuerdas ese Amadis de Gaula que se recluyó en acto de penitencia en la Peña Pobre? Pues ahí, en este príncipe de la oscuridad o bello en la oscuridad (traducción de Beltenebros) encuentra título la historia de una de las primeras novelas de Muñoz Molina. Un texto sombrío, en un Madrid oscuro y cruel de posguerra, con personajes amargados y heridos por su pasado. 

En Beltenebros, Muñoz Molina te cuenta la sinrazón del siglo XX sirviéndose de una historia de amor inacabada y una historia de odio interminable. 

Una obra donde hay dos facetas que observar: lo que se cuenta —la historia—, y cómo se cuenta, el estilo literario. Lo que se cuenta es la base, cómo está contado es el pináculo. 

La historia es la de un asesino ideológico: Darman. Vive oculto en el litoral inglés, donde regenta una modesta tienda y una vida que es un espejismo. En realidad es un ocasional sicario del Partido Comunista que opera en la clandestinidad del régimen franquista, que debe volver a España veinte años después de su última misión «un país que ya no reconozco» para matar a un traidor a la resistencia que se ha pasado a informante de la policía política. Un encargo habitual para él. Darman infunde temor en los traidores a la causa antifranquista, como un fantasma implacable e ineluctable cuya ausencia de décadas ha favorecido la leyenda.

Pero Darman ya no es el mito que se ha forjado. Pronto descubre que esta vez quién va a morir es un pobre diablo que se ha enamorado de la mujer inadecuada, con la que está obsesionado un comisario cruel, que vive en la penumbra como el fantasma de la ópera. El propio Darman también se enamorará no de la chica sino del parecido que ve en ella con una mujer de su pasado. 

Beltenebros es uno de los eufemismos con que Muñoz Molina recrea a un comisario, Ugarte —con amagos que recuerdan a  Beria, el temible y expeditivo mandamás del KGB estalinista—, para dar vida a un personaje excelso de una vileza afilada de los que se recuerdan años después.

Pero el libro arrastra una paradoja. El Darman que asesina a los traidores, es un traidor a sí mismo. Ya no está seducido por ninguna ideología. Su lealtad a ella pareció morir con todos sus camaradas en la propia Guerra Civil. Darman es el hombre posmoderno, que no se identifica ya con ese paradigma del hombre ideológico del siglo XX, tan seducido por las ideas que no es capaz de juzgar la realidad si no es a través de éstas. Darman mira la realidad con ojos despejados del nublado de las ideas, justo al contrario de Ugarte, incapaz de ver las cosas a la luz, siempre oculto en la oscuridad «nadie le ha visto nunca» lo que le confiere una mística de una calidad literaria notable.

En el libro aparecen dos mujeres. Pudieran parecer personajes secundarios pero son las que hacen rodar la historia y trastornan a los antagonistas personales centrales. Ambas son Rebeca. Cuando Darman llega a Madrid dispuesto a ejecutar su nueva misión, descubre que el señalado sobre el que baila la soga esperando un cuello al que abrazar no es un traidor, ni un hombre de ideas siquiera. Es un cándido enamorado de una prostituta, ignorando que sobre ella ejerce una enfermiza posesión el comisario Ugarte, atrabiliario y arbitrario comisario de la policía política. La chica, evoca en Darman un recuerdo de su pasado, el de otra Rebeca que atormenta su recuerdo como el amor que no pudo ser porque en ese entonces eligió la lealtad a sus ideas. A partir de aquí teje Muñoz Molina una historia que no deseo desvelar para no privar de su descubrimiento.

Recuerda mucho al cine de Hitchcock. El nombre Rebeca hace ver Madrid como una Manderley igualmente sacudida por la tragedia de la muerte. El desvarío confuso de Darman entre la mujer del presente y la del pasado, su obsesión por recuperar a la desaparecida forzando la semejanza en la que encuentra tantos años después nos recuerda a Vértigo con James Stewart recorriendo San Francisco para tratar de ver a Vera Miles en todas las cosas y personas. 

Una novela, al fin y al cabo, pero con un amago de ensayo sobre la postverdad que permite ver al Muñoz Molina que hoy conocemos. Una ficción alta en calorías intelectuales, de las que hay que leer despacio porque sus apenas doscientas páginas sacian sin disimulo.

El trasfondo ideológico del libro me parece muy interesante. Es un cuestionamiento a la cosmovisión que imponen las ideologías del siglo XX. La historia que se lee entre líneas nos cuenta que no existe un sistema de pensamiento político que valga más que la vida de cualquiera de sus adeptos. Darman, es un hombre menor, frustrado por el daño que ha causado su vida ideologizada, tanto en gente a la que ha amado como en sí mismo. Un desencantado de las ideas cuando no sirven a una vida mejor sino que la esclavizan. 

Ideologías que prometían un mundo mejor a personas que necesitaban esa promesa. Dice Hermann Tertsch en una entrevista que «todos los que han intentado hacer feliz a la gente a través del poder han acabado mandándolos por la chimenea o al gulag». Parece decirnos esta novela que existieron vidas tan marcadas por los grandes acontecimientos del siglo XX que fueron como un gulag de puertas abiertas por las que no podía salir nadie porque estaban asidas por las cadenas de un pasado demasiado traumático. Cada persona necesita firmar su propio armisticio. 

Las guerras del siglo XX dejaron millones de muertos, pero también —como los personajes de Beltenebros—, millones de penitentes que no se contaron como bajas porque sus corazones seguían latiendo sin saber muy bien para qué.

Pilar Miró se aventuró a llevarla al cine a primeros de los años noventa, pero el resultado no es próximo a la novela porque la literatura siempre contará con la ventaja de permitir al lector colaborar en la creación imaginando su propia escenografía, rostros y tensiones, mientras que el cine te lo da enlatado en la mirada de la directora. 

Un libro de claroscuros, como su propio título presagia. Un juego magistral entre luz y oscuridad, pasado y presente, ideología y desencanto, amor y obsesión, destino y responsabilidad, utopía y realidad… Es difícil contar mejor una novela de como lo hace Muñoz Molina en Beltenebros.

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