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«Donde renaces»

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Días antes de partir a Bantabá me surgían muchas dudas e indecisiones. Apenas llegar allí, y ser recibida con las atenciones y el cariño de las Religiosas del Sagrado Corazón, ya me encontraba más tranquila, segura e ilusionada por todo lo que íbamos a vivir durante las próximas dos semanas.

El primer día allí fue abrumador, tantas emociones, conocer a gente nueva y tanta información que recibimos. Al día siguiente nos esperaban nuestros tres grupos de alumnos y alumnas de distintas edades, países e idiomas. A mí me tocaron los grupos más iniciales, y resultó muy gratificante sentir que hacía un trabajo muy parecido al mío como maestra de Educación Infantil.

Poco hizo falta para conectar y crear vínculos con aquellas personas, con las que rápidamente fui disfrutando de cada hora de clase, de su compañía, de todo lo que conseguía averiguar de sus vidas, su tierra o sus familias. Aunque el idioma era una barrera muy difícil para la comunicación, al fin y al cabo, yo había ido allí para dar clases de español, y tenía que utilizar cualquier estrategia o herramienta que me permitiera la comunicación. Las risas y el buen ambiente de las clases para mí eran la clave. Emocionar enseñando y emocionar aprendiendo.

Con el paso de los días los lazos con las compañeras se iban estrechando, la relación con las Religiosas era una maravilla y el día a día de clases con los tres grupos era tan gratificante, que comencé a entender que yo allí estaba recibiendo mucho más de lo que yo podía aportar.

La experiencia en Bantabá es muy difícil de explicar por escrito. Es una vivencia que trasciende mucho más de lo yo podía imaginar. En un momento determinado empiezas a sentirte parte de aquello, comienzas a ver a esas personas como seres únicos que tienen unas historias a sus espaldas de las que te impregnas y te calan muy hondo. Y junto con la realidad de la zona que tan gratamente nos muestran las Religiosas a través de distintas salidas y visitas, vas haciéndote con una perspectiva muy esclarecedora de la situación.

En mí ha tenido un poder trasformador esta experiencia. Ha conseguido remover mis cimientos, me ha hecho plantearme nuevas realidades, tener la sensación de valorar al máximo mi vida y mi día a día, de ser capaz de relativizar y de mirar la esencia y lo verdaderamente importante y verdadero. Aunque parezcan cosas muy obvias, ahora miro atrás y creo que estaba muy equivocada en muchas cosas.

Me siento muy agradecida y afortunada por haber sido parte de Bantabá 2019. La atención recibida y la organización del proyecto es digna de admiración. Antes de irnos ya queríamos volver, o directamente ni siquiera marcharnos.

El día que marchaba de Bantabá no había consuelo. Tenía la sensación de que no me iba de Las Norias de Daza, ni de El Ejido, ni de Almería. A esos lugares solo tenía que coger el coche para volver. Yo me iba de Bantabá. De ese lugar de encuentro de las aves migratorias, de esa plaza de reunión donde da igual el idioma o la religión. ¿Cómo me voy a ir de un lugar que me ha llenado tanto?, ¿cómo me voy a ir de un lugar donde no sé cuándo podré volver y que siento tan mío? Creo que no he regresado de allí completamente, algo mío se ha quedado allí para siempre. Ahora pienso en Bantabá como más que las aves o la plaza, creo que en Bantabá muchas personas han dejado partes tan bonitas suyas que siguen allí iluminando aquello y a todas las personas que tenemos la suerte de pasar por allí.

Bantabá ha sido un regalo, un lugar y unas personas que siempre llevaré en mi corazón y al que vuelvo cerrando mis ojos e impregnándome de tanto como allí recibí.

Silvia P. Bazarot
25 de julio de 2019

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