Marcos 10:46-52 

Sana a un ciego 

Llegaron a Jericó. Y cuando salía de allí con sus discípulos y un gentío considerable, Bartimeo, hijo de Timeo, un mendigo ciego, estaba sentado a la vera del camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, se pudo a gritar: ‒ ¡Jesús, Hijo de David, compadécete de mí! Muchos lo reprendían para que se callase. Pero él gritaba más fuerte: ‒ ¡Hijo de David, compadécete de mí! Jesús se detuvo y dijo: ‒ Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: ‒ ¡Ánimo, levántate, que te llama! Él dejó el manto, se puso en pie y se acercó a Jesús.  Jesús le preguntó: ‒ ¿Qué quieres de mí? Contestó el ciego: ‒ Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: ‒ Vete, tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino. 

Rezando con este pasaje, me resonaban con fuerza tres momentos: el primero, los gritos de Bartimeo. Qué energía, qué deseo de sanación le brota desde dentro a este hombre, despreciado por la sociedad de su tiempo, que le hace vencer el miedo a la crítica y al rechazo, pues “muchos le reprendían para que se callase”, pero él consigue hablar cara a cara con Jesús. El segundo momento, es la transformación de esos “muchos” que inicialmente reprendían al ciego, pero terminan animándolo a levantarse y continuar. Es una transformación que pasa por escuchar la palabra de Jesús: “Llamadlo”. Y el tercer momento, que se me quedó muy grabado en el corazón al comenzar unos ejercicios de mes, y que hoy me vuelve a resonar, es esa pregunta tan íntima y profunda que Jesús hace al ciego en medio del gentío, mirándolo con amor en su fragilidad: “¿qué quieres de mí?”.  

Mi petición para este tiempo de cuaresma es que nos dejemos contagiar por ese deseo hondo, humilde y sincero, de sanación que tiene Bartimeo, y que no tengamos miedo de “gritárselo” a Jesús. Que en estos días nos demos espacio para escuchar al maestro que está pasando, pues es su Palabra la que transforma el modo en que miramos el mundo, y nos lleva a poder decirnos unas a otras: “¡Ánimo, levántate, que te llama!  

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