A orillas del mar reseña de Álvaro Sánchez Oliveros

A orillas del mar, reseña de Álvaro Sánchez OliverosEn 2021, Abdulrazak Gurnah ganó el Nóbel. Todos corrimos a Google: ¿quién es? ¿Qué ha escrito? Una primera investigación nos descubría a un profesor de universidad, tanzano afincado en Inglaterra, con varias novelas publicadas, de temática africana en su mayoría. La editorial Salamandra se apresuró a sacar esta acertada edición que hoy os reseño. Me gustó porque aunque la traducción está hecha desde el inglés (que tras medio siglo viviendo en Inglaterra es casi el idioma de Gurnah), se han revisado los términos en árabe y suajili para su traducción directa, de modo que sí, estás leyendo a Gurnah en lo más próximo a su creación original.

Ahora veamos de qué trata A orillas del mar:

Este libro es casi un ensayo disfrazado de novela. Bajo la capucha de los avatares de un africano que llega a Inglaterra y otro ya afincado y acomodado, Gurnah desliza un espejo sobre el que reflejar buena parte del fenómeno migratorio africano.  

Dos personajes para sendas voces narrativas. Las dos que nos hacen viajar a través de esta historia. Viaje, es precisamente la palabra que mejor describe —a mi humilde parecer— esta novela. Un viaje de África a Inglaterra, de Zanzíbar a Londres. Pero también un viaje de la juventud a la madurez, de la infancia a la edad adulta; de la prosperidad a la pobreza y viceversa; de la colonización a la descolonización; de la cortina de acero al europeísmo de salón; del odio a la amistad; de la rencilla a la comprensión. De la sinrazón a la empatía. 

Volamos con el señor Shaaban hasta Gatwick. Shaaban tiene sesenta y cinco años, un pasaporte falso —en realidad se llama Saleh Omar— y una cajita de incienso. Nada más. Sabe hablar inglés perfectamente, pero le han aconsejado simular que no lo habla. Llevado al control fronterizo, poblado de personas con caras adustas y sonrisas esquinadas, Saleh solo acierta a decir:

        —Refugiado. Asilo. 

Procede de la isla de Zanzíbar, en Tanzania. Los británicos, que afectan espanto por la ausencia de maneras democráticas de ese país —por unas elecciones amañadas—, han dado orden de refugiar a todo el que proceda de allí y aduzca que su vida corre peligro. 

Desde aquí mismo, ya afila Gurnah el cuchillo crítico. También los gobiernos anteriores fueron atroces y no hubo asilo. También los propios británicos habían participado en el expolio y fractura africana en el pasado y —con más sutileza— presente. La hipocresía en la mirada del «primer mundo» sobre África late con fuerza en la literatura que socapa a Gurnah. 

Una hipocresía que no tarda en emerger. Ya en el mismo momento de la entrada al país se lee este párrafo:

«Señor Shaabán, ¿por qué hace esto a su edad? —preguntó sentándose torpemente con aire abatido, el rostro crispado de preocupación. Luego se reclinó en la silla acomodando los hombros con cautela—. ¿De veras corre peligro su vida? ¿Es usted consciente de lo que está haciendo? Quien lo haya persuadido para meterse en esta aventura le ha hecho un flaco favor, se lo aseguro: no habla usted una palabra de inglés, y lo más probable es que no lo aprenda nunca. ¿Sabe que es muy raro que las personas mayores lleguen a hablar una lengua nueva? Puede llevarle años que acepten su solicitud, y aun así es posible que lo manden de vuelta de todos modos. Nadie le va a dar trabajo. Se sentirá usted solo, desdichado y pobre, y si enferma no habrá nadie que lo cuide. ¿Por qué no se ha quedado en su país, donde podría envejecer en paz? Esto del asilo es para jóvenes que buscan trabajar y prosperar en Europa, ¿no cree? No es una cuestión moral, sino mera codicia. Ni miedo a morir, ni auténtico peligro: codicia. A su edad, señor Shaabán, tendría usted que saberlo.»

Es decir, acogida sí, pero a jóvenes. Gente que pueda producir y procrear. Los viejos no. Los mayores no necesitan calidad democrática ni garantizar el respeto de sus derechos fundamentales. En un sencillo párrafo, Gurnah expone algunos atributos que rodean al fenómeno migrante: crueldad e hipocresía. 

El primer pasaje en el aeropuerto ya es magistral. El hosco funcionario le recrimina su anhelo europeo y, siendo él mismo hijo de refugiados rumanos, no manifiesta la menor comprensión. Al contrario, vomita un discurso sobre la pureza y mérito de la construcción de Europa, a la que en su trastorno sólo tienen derecho de acceso los europeos que la forjaron. La ironía, tantas veces, es otro atributo que hace fondo de armario en la atención al inmigrante. 

Luego, el protagonista es llevado a un centro de acogida. O detención. El lugar no se describe con ningún aprecio: 

«Las construcciones donde nos alojábamos bien podrían haber servido para almacenar sacos de cereales, cemento o cualquier otra mercancía valiosa que hubiera que conservar en un lugar seguro y al abrigo de la lluvia. Ahora servían para contenernos a nosotros, una molestia fortuita y sin valor alguno que había que mantener a raya.»

Aquí da comienzo un breve baile de personajes. Conocemos entonces a Rachel y Jeff, que trabajan con denuedo para que Omar pueda quedarse en suelo inglés. Lo desplazan a una pequeña localidad donde Celia, una posadera dueña de un B&B lo acoge como a otros refugiados como Ibrahim (Kosovo) y Georgy (República Checa) que arrastran vidas que ameritan una novela de Dostoievsky. 

El objetivo de Rachel y Jeff pasa por el idioma. Saleh Omar habla perfectamente el inglés, pero —aconsejado en origen—, simula no dominarlo porque, según le contaron, eso favorecería su acogida. Este sofisma desemboca en la determinación de Rachel y Jeff por buscar un intérprete, acaso profesor de inglés para Omar. 

Latif Mahmud es encargado de ser su intérprete y maestro. Se trata de un poeta tanzano y exiliado como él, que goza de una vida apacible en Londres. Un perfil que tiene mucho de autobiográfico, ya que el premio Nóbel de 2021, el autor Abdulrazak Gurnah es nacido en Zanzíbar, afincado en Inglaterra, donde tras doctorarse en 1982, impartió clases  en Literatura Inglesa y Poscolonial en la Universidad de Kent hasta su jubilación en 2017.

Del encuentro entre protagonista y profesor nace la novela. El encuentro es en realidad reencuentro. ¿De qué se conocían? ¿Qué historia común dejaron ambos atrás en Tanzania? ¿Qué efecto tendrá ahora en la vida presente de Omar en Inglaterra?

Hasta aquí puedo contar, apenas lo adelantado en la contraportada. No me gusta meter spoilers en las reseñas, así que de aquí en adelante te corresponde a ti avanzar en la historia de estos dos personajes. Yo solo te anticipo que es muy interesante y emotiva. 

Las diferencias preocupan mucho al autor. Gurnah aprovecha los compases iniciales para dibujarlas. Las que hay entre una isla africana empobrecida y expoliada y una metrópoli como Londres, la que Saleh apenas atisba a su llegada. Nos dice:

«Las calles eran demasiado anchas y los postes de alumbrado demasiado regulares; los bordillos estaban intactos y todo funcionaba como es debido (…) No es que la ciudad donde vivía antes fuera excesivamente mugrienta y sombría, pero las calles se retorcían como si quisieran enroscarse en torno a los putrefactos desechos de intimidades fermentadas»

A orillas del mar es un libro para aprender. A empatizar. A mirar con otros ojos. A saber —y no a suponer— el infierno del que huyen millones de personas. A comprender que achacar el éxodo al hambre o la pobreza, —siendo motivo suficiente—, es impreciso y se queda corto cuando se huye de la arbitrariedad, el maltrato sistémico, la violencia militante o la ausencia total de las libertades más esenciales. 

La atrocidad del desorden político se resalta con insistencia. A ratos, se asoma que el vivir una vida materialmente sencilla es asumible, pero no así la privación de la justicia o las libertades esenciales, alimento del alma:

«Todos habíamos huido de países cuyos gobiernos exigían una total sumisión y un miedo cerval que sólo podían conseguir a fuerza de flagelaciones diarias y decapitaciones públicas, de modo que los funcionarios, la policía, el ejército y, en general, todo el aparato de seguridad del Estado cometían a diario mezquinos actos»

O también:

«Había visto golpear brutalmente a otros por hurtar cosas mucho más insignificantes: una pastilla de jabón o una botella vacía de Coca-Cola. No en el centro, sino allá, en mi vida de antes, mi vida pasada.»

Sobrecoge. 

Es una obra con dos lecturas. La africana y la europea. A orillas del mar es un libro que cambia completamente según la orilla desde la que lo leas. Como la vida misma. La orilla africana tiene además el privilegio de ser la voz narrativa, la del narrador en primera persona, Saleh Omar, la del otro narrador Latif Mahmud, y la que queda al fondo, la del autor, Gurnah. 

La lectura por parte del europeo propone una vocación reflexiva. El autor nos invita de manera constante a meditar sobre el trato que dispensamos; el valor que otorgamos y la mirada que posamos sobre esas personas que llegan hasta aquí buscando una vida mejor o simplemente, poner tierra, mar y libertad de por medio con respecto a regímenes criminales. Se aprecia en párrafos de una belleza subrayable:

«Desde que había llegado a Inglaterra, sólo había tratado con funcionarios y personal administrativo; nadie que me viera de verdad, gente sometida a la tensión de sus obligaciones y que llevaba toda una vida lidiando con menesterosos como yo»

El libro está narrado en primera persona. Sin embargo, se alcanza más dinamismo aún porque hay más de una voz narrativa. El narrador, bien es el recién llegado Saleh Omar, o bien, el ya afincado Latif. Como resultado, el libro alcanza una agilidad y un tono ameno para que el lector pueda profundizar en la hondura del libro sin perder la sensación de estar leyendo una novela y no un ensayo. El lado africano recoge sentimientos propios del fenómeno migratorio. Por ejemplo, la sensación de un curioso sentimiento de deslealtad al país de origen cuando se asumen los hábitos de la vida en el nuevo destino. En un momento dado, dice Latif:

«Reprimí el pavor que se apoderaba de mí cada vez que me veía en el trance de conocer a alguien del terruño. Siempre me preguntaba qué pensarían aquellas personas para sus adentros, si no me echarían en cara que me hubiese vuelto tan inglés, tan distinto a ellas, tan desconectado de su realidad (…) un traicionero remedo de la persona que fui, (…) un títere con ínfulas.»

Pero A orillas del mar es también crítico con África. Al presentarla aquí como una víctima de la colonización y el expolio y más tarde, una víctima del apresurado adiós —un abandono— que fue la descolonización, no la releva de su propia culpa en la gestión de esa herencia de libertad. Por sucumbir casi de inmediato a regímenes atroces, sanguinarios y fratricidas. Es una reflexión honda, sobre esas sociedades de legalidad endeble, donde una mala referencia, apenas una insinuación, basta para encarcelar a cualquiera. Sociedades donde quien se gana el favor del cacique, puede hundir la vida del vecino con el que tiene una quita pendiente. Gurnah mira con ojo crítico esa África atrasada y violenta. 

Un libro que debería leerse. ¡Qué digo! Debería cundir. Un libro que defiende valores necesarios en medio de un mundo mercantilizado al extremo. A orillas del mar me ha gustado porque me ha hecho reflexionar sobre un mundo en que al llegar el emigrante se recibe en términos productivos, reproductivos incluso, pero nunca humanos. A orillas del mar nos recuerda que los inmigrantes son personas con una vida tan real como la tuya misma. 

«Llevaban consigo sus mercancías, su Dios y su manera de ver el mundo, leyendas, canciones, plegarias y tan sólo un atisbo del saber que atesoraban.»

Este es el Nobel. Un autor que lo merece por el contenido de la obra. No es de esos literatos de difícil lectura, con enrevesados vericuetos de subordinadas. Tampoco es de esos que alcanzan una prosa de melódica lírica. No es un autor para el regocijo de los eruditos. Es un tipo que ha vivido, ha reflexionado y lo ha sabido volcar con acierto en sus novelas, de una componente de universalidad notable.

Ahora me toca buscar Paraíso. La otra gran novela de Gurnah, pero desarrollada en suelo africano, no europeo. Esa, la dejamos para otra ocasión. 

A orillas del mar, de Abdulrazak Gurnah

Editorial Salamandra. 348 páginas. 1ª edición de 2001. 

Esta es de 2022.

Traducción de Patricia Antón de Vez y Rita da Costa

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