[vc_row][vc_column][vc_column_text]
Comentario de la liturgia
[/vc_column_text][vc_column_text]
domingo 5 de abril
[/vc_column_text][vc_column_text]
por Olaya Mayans Porras
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]
Evangelio: San Mateo, 21, 1-11
[/vc_column_text][vc_column_text]
Al llegar cerca de Jerusalén, entraron en Betfagé, junto al monte de los Olivos. Entonces Jesús envió a dos discípulos encargándoles:
—Id a la aldea de enfrente y enseguida encontraréis una borrica atada y un pollino junto a ella. Soltadla y traédmela. Si alguien os dice algo, le diréis que el Señor los necesita. Y enseguida los devolverá.
Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el profeta:
Decid a la ciudad de Sión:
mira a tu rey que está llegando:
humilde, cabalgando una borrica
y un pollino, hijo de acémila.
Fueron los discípulos y, siguiendo las instrucciones de Jesús, le llevaron la borrica y el pollino. Echaron los mantos sobre ellos y el Señor se montó. Una gran muchedumbre alfombraba con sus mantos el camino. Otros cortaban ramas de árbol y alfombraban con ellas el camino. La multitud, delante y detrás de él, aclamaba:
—¡Hosana al Hijo de David!
Bendito el que viene
en nombre del Señor.
¡Hosana al Altísimo!
Cuando entró en Jerusalén, toda la población conmovida preguntaba:
—¿Quién es éste?
Y la multitud contestaba:
—Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.
[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]
En el Domingo de Ramos, pórtico de una Semana Santa diferente, leemos la pasión de Jesús en paralelo al sufrimiento que estamos viviendo. Desde su entrada en Jerusalén, Jesús vive acontecimientos tremendamente importantes de los que otras personas forman parte: el gentío que le aclama al entrar en la ciudad santa, sus discípulos que le acompañan atemorizados, las autoridades que le juzgan, el público que asiste a su condena, Simón de Cirene que le ayuda a cargar la cruz camino del Calvario, los soldados que ejecutan la condena a muerte, los bandidos crucificados junto a él y las mujeres que le habían seguido desde Galilea.
Podemos preguntarnos, en casa, junto a nuestra familia, con quienes compartimos este tiempo de aislamiento, por quiénes, de entre estos muchos personajes, se sintió acompañado Jesús. Hoy, como entonces, somos muy conscientes de que todos compartimos esta situación de angustia o necesidad, que otros años pasó tal vez más desapercibida o de la que no nos queríamos dar cuenta. Conocemos las injusticias, pero nos cuesta cambiar, acallar la inquietud que nos provoca ponernos en el lugar de los que sufren, porque muchas veces es una realidad que nos resulta lejana.
Jesús clama a Dios al sentirse abandonado, él, que no ha abandonado ni devuelto mal por mal a nadie. Ante la mansedumbre y humildad de este crucificado, en la versión de Marcos, el centurión reconoce el amor encarnado de Dios. El corazón de Jesús es una puerta siempre abierta, hasta límites insospechados.
Jesús de Nazaret se identificaba, a través de sus palabras y sus acciones, con cualquier persona. Hoy, Jesús sufre, se duele, acompaña nuestro dolor, sigue vivo en cada uno de nosotros y nos espera especialmente en quienes tienen más necesidad: familias en duelo, enfermos, personas de riesgo, personas con miedo… y todos aquellos que cada día apuestan por vida y a la esperanza. Del mismo modo, la puerta de su corazón permanece siempre abierta y nos invita a no cerrar la nuestra. Pidamos reconocer a Jesús en esta situación, en nuestros hermanos más vulnerables, y no perderle de vista cuando entremos en “Jerusalén”.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
Muchas gracias por du enseñanza