SS.MM. los Reyes Magos han llegado a los hogares de nuestro país. Un momento de espera y de alegría infinita en nuestras casas. Nos ayudan a cultivar la paciente espera, a valorar la ternura de la infancia y a marcar en nuestra memoria la importancia de la familia. Una bonita tradición -por no decir la más bonita de todas- que nos recuerda la llegada de aquellos magos de oriente, que supieron seguir su estrella y ofrecieron al Niño Jesús, cuyo trono era un pesebre, oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre. Vieron lo que otros no lograban ver.
Y son muchos los aprendizajes de esta tradición, sin embargo hay uno que conviene no olvidar: la vida es un regalo. Y todo cambia cuando descubrimos que vivimos porque alguien un día supo amar, aunque no fuera el mejor de los padres. Que Dios nos regala la existencia, la nuestra y la de otros, y que a veces sólo la valoramos cuando la perdemos o la tragedia llama a nuestra puerta. Que hay cosas que se nos dan sin merecerlas, y que como buen regalo, estamos llamados a apreciar la vida, cuidarla y agradecerla.
Todos conocemos personas que viven desde la exigencia, y personas que viven desde el honesto agradecimiento. Reconocer que la vida es un don que no merecemos nos ayuda a tomar consciencia de lo frágil y bella que es la vida -también la del prójimo-, y a levantarnos cada día desde el agradecimiento más profundo y no desde la queja más costosa. Y sobre todo, que nos ayuda a reconocer la suerte que tenemos por vivir. Y, quizás por ello, asumir el reto de ser un regalo para otros, sabiendo que esto ya son cosas mayores.
Alvaro Lobo,sj
Publicado en www.pastoralsj.org
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