Jubileo de los Coros

Empecé en el mundo coral a los 5 años.  Aunque la edad para entrar en el coro de la escuela de música era un año o dos más tarde, la profesora sugirió a mis padres apuntarme porque había visto en mí una sensibilidad especial para la música y creyó que podía disfrutarlo. Y la verdad es que desde entonces hasta ahora ha sido parte fundamental de mi vida. A los 10 años mi madre me propuso probar a entrar en el coro infantil del Orfeó Català y así empezó mi vida coral en distintos coros de esa misma casa (con una pausa de 2 años entre medias) hasta los 27 años: dos ensayos a la semana, formación vocal y algunos años de solfeo… pero, sobre todo, un lugar donde me sentía yo misma y en casa. La música siempre ha sido refugio para mí, pero compartida con otras y otros, tenía mucho más sentido. Releyendo mi historia, ahora veo que allí ya se iba intuyendo mi sed comunitaria, la necesidad de compartir con otros lo que mueve mi corazón, construir juntas y juntos, escucharnos…  

En mi adolescencia y primeros años de juventud el coro fue un lugar clave para mi historia de salvación: fue lugar de crecimiento con otras personas, de soporte, donde aprendimos mucho sobre como cuidar y entender el lenguaje de cada persona; al compartir tantas horas juntas a la semana era fácil construir un sentimiento comunitario, acogernos y escucharnos más allá de la música y a la vez era lugar para aprender a reconocer los dones y limitaciones propios y ajenos. Siento que en un coro el fin último es la belleza expresada en forma de música y, muchas veces, ese camino hacia la belleza, creo que es lo que permite a los miembros del coro sentirse unidos y unidas en un lugar más profundo… o por lo menos esa es mi experiencia a lo largo de los años. 

Una vez leí en algún sitio que, mientras un coro está cantando, los corazones de los cantores se sincronizan y tienden a latir al mismo ritmo. Fisiológicamente tiene sentido porque cuando cantamos en coro hay que respirar en lugares determinados, ejercitar los músculos respiratorios de una forma concreta… y la respiración y el corazón van muy unidos, pero más allá de esto, creo que hay mucho del efecto de la música en el corazón (y el cerebro) que hace aunar los corazones.  

Durante toda mi vida coral he tenido la suerte de viajar a distintos países y conocer coros de muchas partes del mundo: culturas bien distintas, incluso a veces algunas con quien era imposible comunicarnos en una lengua común… pero al cantar juntos, la experiencia es siempre que hay algo que se armoniza y conecta de un modo más profundo, más allá de las palabras. Se ha dicho siempre que la música es un lenguaje universal y así creo que reunir gente de todo el mundo y poder compartir la misma música tiene mucho de Evangelio y mucho de esperanza, en medio de tanta ruptura en nuestro mundo no se me ocurre nada más profético que “cantar juntos” con los corazones encendidos por la misma causa y latiendo al mismo ritmo. 

Alba Romero Jubileo de los coros

Un par de años antes de entrar en la congregación dejé el coro porque no era compatible el ritmo de ensayos y conciertos con mi trabajo. Pero una vez me mudé a Bilbao para vivir mi tiempo como candidata, tuve claro que quería retomar este espacio que ha sido lugar de “salvación” tantas veces en mi vida. El primer año estuve en un coro del barrio en el que disfruté bastante y el segundo año me centré más en el coro de la iglesia de los jesuitas en la que estaba implicada con la pastoral magis; un grupo joven, donde también participaban los novicios jesuitas, jóvenes de magis, guías y otras personas vinculadas a la comunidad de la iglesia donde disfruté mucho de la buena música con gente querida y como parte fundamental de la liturgia. 

Así que una vez en Chicago quería continuar manteniendo este espacio verde en mi vida. Y mi sorpresa es que aquí todas las iglesias a las que he ido tienen un coro. Y, en general, la gente canta muy bien. En toda liturgia hay cancionero o folleto con las partituras, cosa que permite a los melómanos con conocimientos de solfeo disfrutar mucho. Ahora participo en el coro de la misa de la escuela de teología a la que vamos. Es un grupito pequeño pero hay muy buenos músicos y yo participo cantando y tocando el violonchelo. Voy viendo que, sea en el formato que sea (cantar o tocar), me ayuda conectar la música y la liturgia porque mi corazón está más abierto y descubro nuevas formas de alabanza. 

Creo que el acto más significativo en este sentido en el que he participado fue en la Sagrada Familia en marzo de 2022. El motivo fue la celebración de los 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola y los jesuitas de Cataluña organizaron un macro-coro con alrededor de 500 cantores para cantar en la Sagrada Familia de Barcelona durante la Eucaristía de acción de gracias que se celebró. Ya durante los ensayos la experiencia fue muy potente. Una de las cosas que más me ha impresionado siempre que he cantado en un coro grande es el  misterio que se da al pensar que todas las voces suman y son importantes, pero a la vez, si callas por unos segundos y escuchas, el sonido te envuelve y sigue sonando exactamente igual… y esto me conecta a la invitación evangélica de nuestro modo de estar en el mundo: somos únicos e importantes; nuestros dones son necesarios, pero con la humildad de saber que no salvamos nada ni somos “imprescindibles”. 

Volviendo a la experiencia de ese sábado de marzo, fue una experiencia bien bonita y un regalo poder participar de la alegría de la familia ignaciana, cantando, dando gracias, en ese precioso lugar y con un repertorio precioso a 4 voces.  

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