Seguidora de Jesús y pastoralista, se siente parte de la familia de Sagrado Corazón.
Participante en grupos de oración con Dolores Aleixandre, en la Pascua y Ejercicios espirituales en Santa María de Huerta. También ha dado formación a pastoralistas de FESB y es voluntaria en acogida y acompañamiento de víctimas de abusos en la iglesia y en la comisión diocesana contra la trata. Forma parte del equipo de formación continua de las RSCJ de España
Jn. 21, 1-14
Después Jesús se apareció de nuevo a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se apareció así: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos.
Les dice Simón Pedro:
—Voy a pescar.
Le responden:
—Vamos contigo.
Salieron, pues, y montaron en la barca; pero aquella noche no pescaron nada. Ya de mañana Jesús estaba en la playa; pero los discípulos no reconocieron que era Jesús.
Les dice Jesús:
—Muchachos, ¿tenéis algo de comer?
Ellos contestaron:
—No.
Les dijo:
—Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron y no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
El discípulo predilecto de Jesús dice a Pedro:
—Es el Señor.
Al oír Pedro que era el Señor, se ciñó un blusón, pues no llevaba otra cosa, y se tiró al agua. Los demás discípulos se acercaron en el bote, arrastrando la red con los peces, pues no estaban lejos de la orilla, apenas doscientos codos.
Cuando saltaron a tierra, ven unas brasas preparadas y encima pescado y pan.
Les dice Jesús:
—Ahora, traed algo de lo que habéis pescado.
Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, la red no se rompió.
Les dice Jesús:
—Venid a almorzar.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó pan y se lo repartió e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera aparición de Jesús, ya resucitado, a sus discípulos.

En este pasaje en que los discípulos parece que han vuelto a sus tareas cotidianas como pescadores, después de la muerte de Jesús, podemos encontrar relaciones con la primera llamada a Pedro, cuando le invita a ser “pescador de hombres”, también a orillas del mar de Galilea, y con el signo de la abundancia de pesca, después de haber pasado la noche bregando sin resultados, por fiarse de su palabra.
Pedro sigue siendo el mismo hombre temperamental, que ve al Señor y se lanza al agua para salir a su encuentro, como años antes había vuelto a echar las redes por la petición de Jesús, pero también ha cambiado, después de haber pasado por muchas situaciones con el Maestro: el haberle traicionado y haberse sentido perdonado; el haber experimentado su propia debilidad y a pesar de ello y con ello, sentir que es llamado nuevamente, le sitúa en otro lugar.
Jesús resucitado vuelve a renovar la llamada que les había hecho unos años antes a sus discípulos, con una sencilla invitación a desayunar, y en el mismo contexto de su vida ordinaria.
Jesús también se dirige a nosotros en el momento en el que estamos, su llamada nos llega en nuestras situaciones cotidianas, sin tener que hacer nada extraordinario.
Y los versículos siguientes –“Pedro, ¿me amas más que estos?”-, no aparecen en el evangelio de hoy, pero son muy importantes porque ratifican el liderazgo de Pedro de un modo nuevo: Jesús le da la oportunidad de que se arrepienta, en un contexto en el que ofrece pescado y también le pide (como en la multiplicación de los panes). La experiencia ha hecho a Pedro más humilde, por eso, le dice a Jesús: “tú sabes que te quiero”. No puede confesar su amor sin apoyarse en Él, en vez de en sus propias fuerzas. Recuerda lo vivido con cierta tristeza, pero ha podido llorar su pecado, y comprende que Jesús le ama a pesar de haberle negado.
Ser amado incondicionalmente nos permite y capacita para amar y cuidar a otros. Solo atravesados por la humildad y misericordia podemos amar de verdad. Cuando tocamos la fragilidad, es posible acercarnos a Dios, confiar no en las propias fuerzas, sino apoyarnos en Él.
Y la perícopa termina con la invitación de Jesús a seguirle, que nos alcanza a todas las generaciones que venimos detrás, como llamada a comenzar a ser sus discípulos, a renovar nuestros deseos de ir tras Él y con Él.
Los expertos en exégesis, nos ofrecen unos cuantos detalles importantes, que si sabemos traducirlos a la vida, no se quedan en erudición:
. El ceñirse la túnica para echarse al agua, se relaciona con el lavatorio de pies de la última Cena, en la que Pedro no quería que Jesús le lavase los pies y Él le responde que si no, no tiene nada que ver con Él, como una forma de decirle que si no comprende lo que significa ceñirse la túnica, no entiende que “Él es el Señor”. Ahora Pedro, que está desnudo, se mete entero en el agua.
. El número 153 es simbólico, porque representa el total numérico de las palabras hebreas «Ani Elohim» - YO SOY GD. Y por ello, Jesús, les estaba declarando que no solo era el Hijo de Dios, sino que era Dios mismo.
. El texto es de composición posterior al resto del evangelio, pero literariamente está muy bien construido, porque se convierte en circular. La invitación de Jesús “¡Sígueme!” remite al inicio del evangelio de Juan, y además en el mismo lugar donde recibe la primera llamada. Pedro respondió a la llamada a ser discípulo, pero después ha vivido muchas situaciones con Jesús que le han permitido tomar conciencia de lo que significa el discipulado de verdad, y siendo consciente de ello, inaugura un renovado seguimiento.
Ojalá que este tiempo pascual sea oportunidad para nosotros también de renovar nuestros deseos de seguir a Jesús, conscientes de nuestras fragilidades y poniendo nuestra confianza en Él, que nos capacita y nos quiere con nuestros tropiezos.
Gracias Vicky, que bonito y jugoso el comentario de la lectura
Gracias, Viky, por acercarnos más al Señor . Es una suerte contactar contigo. Un gran abrazo