Responsable de Pastoral del Colegio Sagrat Cor Sarrià – Barcelona
Lc 9, 11b-17
Como caía la tarde, los Doce se acercaron a decirle:
—Despide a la gente para que vayan a los pueblos y campos de los alrededores y busquen hospedaje y comida; pues aquí estamos en despoblado.
Les contestó:
—Dadles vosotros de comer.
Replicaron:
—No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros a comprar comida para toda esa gente. Los varones eran unos cinco mil.
Él dijo a los discípulos:
—Hacedlos recostar en grupos de cincuenta.
Así lo hicieron y se recostaron todos. Entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, los bendijo, los partió y se los fue dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y quedaron satisfechos, y recogieron los trozos sobrantes en doce cestos.

Sin Jesús no hay milagro, pero sin nosotros tampoco. Por suerte, el Señor nos acompaña en nuestro proceso espiritual de abrir los ojos al mundo, y también de mirar hacia lo más profundo de nuestro ser.
Es posible que nuestra torpeza empiece cuando no entendemos que la necesidad de la gente es también nuestra necesidad. “Despídelos para que vayan a los pueblos”, le piden a Jesús cuando ven a la multitud hambrienta. Con la misma frivolidad que levantamos muros o fortalecemos fronteras, los discípulos creen que la solución está por los alrededores, fuera de las ciudades, en los campos de al lado; en donde sea, pero lejos de nosotros.
Y allí está Jesús para reenfocar nuestra mirada y nos dice: “Dadles vosotros de comer” – quizá ya sabiendo que nuestra lógica humana no coincide con la suya-. Y es cierto, ¿a quién vamos a alimentar con cinco panes y dos peces? Esta es la pregunta fácil que nos protege hasta el punto de convencernos de que la solución al problema del prójimo no pasa por nuestros panes ni por nuestros peces. Seguimos torpes, buscando fuera, comprando lo que falta o pagando lo que sea para no soltar lo nuestro. No es mala fe, es inconsciencia; y como dice Pagola, “los panes y los peces no se compran, se reúnen”.
Y Jesús sigue allí, para escuchar nuestra respuesta y acompañarla, y para sacarnos con cariño del error, y para sentarnos unos junto a otros, sin preferencias e incluyendo a los que no tienen, en una comunidad de grupos dispuestos a compartir lo poco que hay.
Cuando por fin Jesús percibe que los discípulos se han puesto en sus manos – sin ellos entender bien lo que quiere, pero dispuestos a confiar en Él- es cuando se produce el milagro. “alzó la vista al cielo, los bendijo, los partió y se los fue dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”. A partir del momento en que se dejan transformar por Jesús, los discípulos también dejan de replicar. Aparecen ahora unos discípulos pacificados, auténticas manos de Dios en la tierra, sirviendo panes y peces que ya no hace falta contar, porque con el milagro desaparecen los números y entramos en la eternidad.
Por ello los discípulos quedaron tan satisfechos.
Sin Jesús no hay milagro, pero sin nosotros, tampoco !!!!FUNDAMENTAL
Gracias, Cecilia
Si Cecilia. Tu comentario aumenta mi vocación de ser servidora de los que no tienen. Gracias
Gràcies Cecília.
Sempre busquem fora el que portem a dins.
Sempre enviem a altres el que hem de fer nosaltres.
Déu omnipotent, ho pot tot, perquè ho ha deixat tot a les nostres mans.