Profesora de Secundaria en el colegio Sagrado Corazón de Pamplona
Jn 13, 31-33a. 34-35
Cuando salió, dijo Jesús:
—Ahora ha sido glorificado este Hombre y Dios ha sido glorificado por él. [Si Dios ha sido glorificado por él,] también Dios lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado: amaos así unos a otros. En eso conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros.

Al leer este fragmento del evangelio de Juan, topamos de entrada con un término que podríamos no entender del todo, glorificar. La gloria desde nuestra comprensión humana tiene que ver con la exaltación, con el triunfo, con sobresalir sobre los demás. Son los deportistas de élite los que alcanzan la gloria o los actores de moda.
Jesús habla de ser glorificado cuando se dirige a la cruz, nada más lejos de nuestra idea de alcanzar la gloria. ¿De qué habla entonces? Nos habla de mostrarnos a Dios tal cual es, eso es glorificar, revelarnos a nuestra medida humana, que es muy limitada, lo que alcanzamos a comprender. El evangelio de Juan y sobre todo su primera carta nos hablan del Dios-amor (I Jn 4, 7-8). Ese Dios, que es un misterio tan grande que nunca podremos comprenderlo del todo, se muestra en Jesús tal cual es, se muestra en el amor que nos tiene y que lo llevará a la cruz y que vencerá a la muerte con su resurrección, porque nuestro Dios es un Dios de vivos, es un Dios de vida, de vida en abundancia.
Estamos celebrando la vida en este tiempo pascual, la vida de Dios, esa que es regalo y tarea. Vivir resucitados con el resucitado es orientarnos hacia Jesús que nos manda (no es una recomendación, es un mandamiento) que nos amemos unos a otros y para rematar nos pide que lo hagamos a la medida de Dios, como yo os he amado, ni más ni menos. Eso que Jesús nos pide no podemos hacerlo sin él, sin su amor en nosotros, sin la certeza de que Dios es capaz de, con nuestra pequeñez y su grandeza, hacernos verdaderos discípulos y mostrar al mundo la gloria de un Dios-amor que nos quiere y quiere ser el centro de nuestras vidas, un Dios que hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5).
Solamente unidos al resucitado podremos glorificar a Dios y mostrarlo al mundo, no con palabras sino con nuestra forma de vivir; solo con Jesús podremos ir creciendo en el amor que tanto necesitamos y necesita nuestro mundo.
Muy bueno!
Gracias Ana! Es estupendo seguir en la misma «clave»….Un abrazo