Extraído de la propuesta de formación online para la Familia del Sagrado Corazón – Sarmientos

«A veces, cuando vamos a la oración, no hemos tenido cuidado de ‘desatar’ nuestra alma, de dejar a nuestra espalda el pesado manto de pensamientos, problemas, preocupaciones reales o imaginarias. Habría que llegar a la oración, al santuario profundo en el que Dios nos espera, con un alma silenciosa, alejada de sí misma, en actitud de ofrenda. Dios está ahí. Hay que escucharle más que hablarle. La oración, fácil o difícil, tiene en la Sociedad una orientación que nunca podemos desconocer sin correr el riesgo de no haber descubierto el alma de la Sociedad. Esta orientación está escrita al comienzo de nuestras Constituciones: ‘La oración debe conducirlas al Corazón de su Divino Esposo’. ¿Para qué venimos a este Manantial a puiser’, esa palabra tan repetida en las Constituciones? Para amar, para aprender lo que es el amor en la Escuela del que nos ha amado usque ad finem. Para que nuestra oración pobre y pequeña se pierda en el gran torrente de la oración de Cristo. Para mirar al mundo con la mirada de Cristo y hacer nuestro su misereor super turbam».
(Cartas circulares)
“La contemplación no es un descanso para quienes tienen tiempo libre y quieren apartarse de la realidad. La contemplación mantiene todo nuestro ser disponible para ser transformado por Dios, es decir, por el amor de Cristo… Hace falta tiempo para ser conquistada por el amor de Dios, pero sólo esta contemplación vitaliza nuestro amor al prójimo.Hemos notado en nuestros viajes como Equipo que son las personas más proféticas las que se retiran para profundos períodos de soledad y contemplación. Estas son las personas que cambian el mundo.
(Encuentro Provinciales en Viena. Julio de 1973)

Escuchar es para el oído lo que el ojo es para la mirada y, de la misma manera que hablamos de la 

mirada contemplativa podemos hablar también de la escucha contemplativa. En cuanto a la palabra en sus diversas expresiones, es una exigencia de la vida religiosa apostólica hablar de Dios, anunciar la Buena Noticia. Es, así mismo, el medio privilegiado de comunicación y, por lo tanto, de relación.

Hechos aparentemente insignificantes encuentran su sentido y son portadores de un mensaje de vida. Desde hace tiempo, muchas de nosotras hemos redescubierto el valor de los momentos de recogimiento y de soledad en los que se disciernen los caminos y las llamadas del Señor: el examen particular, que llamamos, también, oración-vigilante, los días de retiro y de desierto.En comunidad, la relectura apostólica que hace memoria de la presencia y la acción de Dios, salvador en nuestra historia y en la del mundo, con una atención especial para escuchar la voz de los jóvenes y los gritos y el silencio de los pobres.Estos momentos fuertes en la vida personal y comunitaria sólo pueden desarrollarse en un cierto clima: será bueno preguntarnos si nuestras opciones y nuestro estilo de vida ayudan a crear estos espacios de escucha.La escucha de los otros, empezando por la de nuestras hermanas, pide mucho amor y ascesis. Escuchar al otro sin adueñarse de su palabra, es difícil; supone disponibilidad y descentramiento. Escuchar es acoger lo que se dice sin juzgarlo, tratando de comprender el mundo interior del otro. Hay un gran deseo, en todas y en cada una de nosotras, de poder hablar sin ser juzgada, sin ser justificada, ni rechazada, ni etiquetada.Las voces son múltiples. Identificar la llamada de Cristo en medio de la confusión de los mensajes que atraviesan nuestros espacios de escucha no es cosa fácil. Discernir es escuchar, escoger, nombrar (=identificar) la voz del Señor y elegir seguirle. Escuchar y reconocer la palabra de Dios nos lleva a comprometernos: «Haremos todo lo que el Señor ha dicho» (Ex 19, 8).Entonces la palabra puede nacer entre nosotros y al circular, creadora de libertad y de verdad, pero con la condición de que sea palabra responsable. Es decir, una palabra que yo asuma verdaderamente como mía y que acepte entregarla a los demás y desapropiarme de ella. No se trata de decir palabras inútiles o piadosas homilías, sino de anunciar el Evangelio con palabras nuevas que puedan ser entendidas y comprendidas por nuestros contemporáneos. El mundo actual tiene necesidad de que se le hable de la buena noticia y de otro modelo de vida. ¿Nos arriesgamos a hablar de Dios allí donde nadie le nombra? ¿Escuchamos suficientemente a la gente de hoy para poder hablarle en un lenguaje que le sea comprensible? Ojalá podamos hacerlo con el mismo impulso, la misma alegría de Juan cuando daba testimonio de la Palabra de Vida”.
(21 de Noviembre 1997)
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