Nevenka Fernández protagonizó una de las historias de dignidad más impactantes de la historia reciente. Y su relato sigue punzando hoy el corazón, porque su lucha marca una frontera que todavía hoy requiere mucho esfuerzo, convencimiento y empatía.

Así, en “Soy Nevenka”, Icíar Bollaín (“Te doy mis ojos”, “Maixabel”) se ha propuesto contarnos un hito en la lucha por la igualdad de España, en concreto, en Ponferrada, donde en los años 1999-2001 el alcalde usó todo su poder y su carisma para abusar, hundir, humillar… a una concejal de su propio partido por el hecho de que, tras una breve relación, decidió rechazarlo.

La narración de los hechos, detallada y angustiosa, se hace un poco tediosa, de modo que parece que avanza con demasiada lentitud, en una gran interpretación de Mireia Oriol, que asume un papel nada fácil y lleno de contradicciones. Sus actos tendrán consecuencias gravísimas para ella misma, en lo personal y en lo profesional, en su familia, en sus amigos… y romper barreras nunca ha sido fácil.

La decisión de Nevenka, con las repercusiones que conlleva, acelera el ritmo de la historia, entrando en otra fase, mucho más trepidante y sugerente, que de paso, refleja la reacción real de los medios y los vecinos sobre el caso. Y es que hemos necesitado muchos años para tomar conciencia de que ciertos comportamientos no caben en nuestra sociedad, y hemos requerido muchas mujeres que un día dijeron basta, por ellas mismas y por las demás.

Nevenka Fernández sufrió lo indecible, fue valiente, recuperó la dignidad… pero tuvo que marcharse lejos, y hoy sigue viviendo en Reino Unido. Su historia conmueve y sin duda va más allá de la película, pero la fuerza del cine convierte su lucha en memoria social, que es la de todos.

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