Imaginemos una carta apócrifa de Sofia 

CONECTA CON TUS RAÍCES | SARMIENTOS

¡No sabes lo que me costó irme a vivir a París cuando cumplí los 16 años! Haber nacido en Borgoña, una región llena de viñedos, es una huella que marcará para siempre. Vivir en contacto con la naturaleza era una fuente de alegría y, además, las viñas me enseñaron en silencio muchas cosas: parecían feas y secas durante el invierno, pero al llegar la primavera se llenaban de hojas y más tarde empezaban a crecer los racimos que al final del verano daban unas uvas exquisitas. Al pasar la vida me di cuenta de que también a las personas hay que darles tiempo para crecer y florecer cuando los llega su momento, no cuando a nosotros nos parece…  

En París echaba de menos el contacto directo con el campo, poder tener algún animal en casa, como aquel corderito que me regalaron cuando era pequeña, que me seguía a todas partes y se quedaba quieto a mis pies cuando me sentaba. Toda la vida me gustaron mucho los animales ya veces me metían en líos, como cuando supe que iban a hacer desaparecer las crías de una gata y me arreglé para esconderlos y que no los encontraran. Ya puedes imaginar el cariño que me tomó la gata, a pesar de su fama de animal arisco.  

Cuando volvía a vivir en una casa que tenía un jardín muy grande, la Vila Lante en Roma, me llevaba a las novicias a vendimiar y aprovechaba para comentar con ellas las palabras de Jesús: “Yo soy la verdadera vid y vosotros sois mis sarmientos… ”La naturaleza me pareció siempre un libro abierto en el que se puede descubrir a Dios y escuchar su voz…  

“Un día nuestra Madre convocó a sus hijas des sus distintos empleos, también a algunas estudiantes: la encontramos sentada en una silla rústica, mirando a las siete vacas que pastaban, ajenas a estar en un terreno a precio de oro en el interior de París… 

Un día, envió al jardinero a regar unas plantas mustias y mientras, contemplaba al caballo suelto y le animaba acariciándole con una ramita. Yo trataba de reclamar su atención, muy repartida entre lo que yo le decía y el cuidado del caballo y cuando notó mi queja me dijo sonriendo: “Paulina, te veo demasiado ocupada de ti misma…” Inolvidable lección… 

Otro día yo estaba subida en un andamio para pintar en la cúpula de la capilla y con cierto miedo por temor de caerme al vacío: de pronto escuché su voz que me gritaba:»¡Baja Paulina! Las hermanas han ido a confesarse y nos vamos a cuidar las vacas en su lugar, hace un tiempo delicioso…” 

Otro testimonio de la vitalidad y la alegría que Nuestra Madre conservó hasta el final de su vida: un día, encima de la mesa sobre la que ella escribía, apareció tumbado un pequeño gato familiar que jugaba con su pata la pluma de ganso de Nuestra Madre muy suavemente y sin golpearla. La pluma cayó dejando una mancha azul de tinta sobre el papel en blanco y nuestra Madre se echó a reír: “¡Ya está firmada la carta!” dijo y mientras reía se puso a escribir leyendo en voz alta cada palabra: «Posdata. Estoy disfrutando con esta escena pintoresca: nuestra querida Paulina está aquí mirando mi gato, los dos en perfecta armonía, alegrándome entre los dos deliciosamente, cada uno según su especie”. Disfruto de una imagen pintoresca: nuestro querido «Perdrau» está allí, a la vista de mi gato, y en perfecto acuerdo con ambos, me regocijan gratamente cada uno en su especie”. 

“Viajábamos en el carricoche conducido por Georgino camino de Loreto. El calor de Junio era sofocante e íbamos envueltas en la nube de polvo que levantaban las patas de los caballos. El sol se ponía en el horizonte y nos detuvimos para quitar las ramas de árboles que poníamos para conseguir un poco de sombra en las ventanillas. Como había que subir por una cuesta, nuestra Madre tuvo lástima de la fatiga de los caballos al final del día y dio la orden: “Nos bajamos, Georgino, para el carruaje, haremos a pie este trecho del camino…” 

Preparado por Dolores Aleixandre, rscj para la propuesta  

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